Almas inquietas
Muchas de estas personas son muy conocidas como por ejemplo Marco Polo, Magallanes, Henry Hudson, James Cook, Cristóbal Colón o Roals Amundsen por citar algunos, pero hay otros que ni son famosos ni quisieron serlo nunca como Amado Osorio y Zabala que no era amigo de figurar y que cuando regresó del occidente africano se negó a que su retrato figurara en la prensa de la época ni a relatar su vida, por lo que sólo se llegó a publicar que era médico y asturiano. Sin embargo yo creo que merece la pena conocerlo pues su vida fue lo suficientemente rica e interesante como para dedicarle un artículo.
Nació en Vegadeo un 6 de septiembre, no se sabe con exactitud el año ya que dependiendo de la fuente que se tome pudiera ser el 1851, 1852 o incluso 1858. Pasa allí sus primeros años hasta que le llega la hora de comenzar el bachillerato, para lo que se traslada a Lugo. Acabado este decide estudiar medicina cursando los dos primeros años en Santiago de Compostela, trasladándose luego a Madrid en donde termina la carrera especializándose primero en dermatología y más tarde en oftalmología.
Regresa a Vegadeo en donde es nombrado médico titular, pero este puesto le dura poco pues su forma de ejercer la medicina y su forma de vida no convencen a los gobernantes del pueblo a pesar de que la gente lo quería por la atención que prestaba a los enfermos, sobre todo a los más necesitados, pero la ignorancia de algunas personas lograron que se le empezara a ver como a un personaje un tanto raro. Cosas que hoy en día se ven como normales como por ejemplo dedicar muchas horas al estudio de otros idiomas, ser vegetariano, recetar preparados con hierbas o dar largos paseos en solitario, en Vegadeo no se entendieron bien y su alcalde, Indalecio Arango y Barja, quizás el más escandalizado de todos, lo destituyó de su puesto y para ser más contundente y dejar claro que salirse de lo establecido no era recomendable, no dudó en cerrar la botica de Flórez, amigo de Amado, que era el que preparaba los potingues de hierbas.
Quizás a Amado no le importó demasiado pues llevaba tiempo dándole vueltas a una idea: viajar y explorar el misterioso continente de África. Intensificó más los estudios de idiomas llegando a dominar el francés, el italiano, el inglés, el alemán y el árabe. Se puso en contacto con sociedades inglesas de exploradores y éstas le ofrecieron incorporarse a las expediciones de África pero con una condición, tenía que convertirse en ciudadano inglés cosa que a Osorio no le gustó nada y sacando esa vena patriótica que a todos los españoles nos sale de vez en cuando, dijo que para sufrir privaciones y peligros no necesitaba ser inglés y si en sus expediciones conseguía la gloria se la ofrecería a su país.
Esto le llevó a tener que pagarse prácticamente los gastos del viaje de su bolsillo ya que al formarse la Sociedad de Africanistas y Colonistas en Madrid se abre una suscripción popular que encabeza el rey Alfonso XII con 7.000 pesetas y Osorio entrega 5.000. Se pide a Manuel de Iradier que lidere la expedición a África occidental por tener experiencia en estas lides y aunque parece que en un principio no tenía intención de que le acompañara nuestro protagonista, al final y obligado por la Sociedad, no le queda más remedio que aceptarlo en calidad de médico y por sus conocimientos de varios idiomas.
El día 1 de Agosto de 1884 salen de Cádiz con dirección a Canarias pero tienen que retroceder hasta Madeira en donde embarcan con rumbo a Fernando Poo, viaje largo, pesado, con demasiadas escalas y mala comida que dura dos meses y cuando por fin llegan se encuentran con que los alemanes, ingleses y franceses andan revoloteando por la zona disputándose los territorios, así que a ellos sólo les queda la desembocadura del río Muni, se embarcan en un vapor y se adentran en el Muni y luego en el Noya pasando a continuación al río Utamboni, al regresar, Iradier cae enfermo de fiebres y regresa a la península. Osorio se queda y repite la expedición esta vez acompañado por el gobernador Montes de Oca, y como él mismo dijo: “El viaje que hice en compañía del Sr. Montes de Oca abraza toda la región extendida desde el valle superior del río Noya hasta el mismo curso del Benito”.
A Montes de Oca le sucede lo mismo que a Iradier y Osorio se ve de nuevo sólo cosa que no le hizo desistir, así que emprende su tercer viaje, embarca en la isla de Elobey llegando hasta Bata y desde allí se dirige a pie siguiendo la costa hasta la desembocadura del río Campo, siguiendo luego el curso de este río hasta encontrar el río Benito. A su regreso aportó una gran colección de objetos que todavía hoy se pueden ver en el Museo Etnográfico de Madrid. Dio una conferencia en la que relató de forma minuciosa llena de detalles sobre los pueblos que habitaban en la zona como los tatuajes que empleaban, la medicina natural, la alimentación, la poligamia, detalles que dijo escribiría en un libro pero del que no se tiene noticia de si fue escrito.
Terminados estos recorridos por el África occidental, decidió que no era suficiente, así que se embarcó de nuevo para recorrer el continente americano durante unos tres años y a su vuelta en 1893 se encuentra con que España estaba en guerra con Marruecos, y se ofrece como médico de campaña. En 1896 vuelve a ofrecerse como médico esta vez en el batallón de voluntarios del Principado de Asturias en la guerra de Cuba donde exige estar en el frente para atender más rápidamente a sus compañeros. En 1901 le llaman para formar parte de la comisión oficial para la demarcación de límites de las colonias de Muni y luego lo nombran miembro de la comisión de reformas del golfo de Guinea.
Con tanto correr de un lado para otro no había tenido tiempo de casarse, pero gente tan activa como esta siempre encuentra tiempo para hacerlo y aunque ya era un poco mayor, unos cincuenta años, se casa con Josefa Rodríguez, una viuda que tenía un hijo, Pepito Arriola, pianista famoso. Se instala la familia en Berlín dedicándose entonces Osorio a acompañar al pianista en sus giras por Europa y América. De este matrimonio nacen dos hijas, Pilar y Carmen.
En 1917 emprende su último viaje, quizás el único que no deseaba hacer pero para el que todos tenemos billete sacado desde que nacemos. Quizás fue la única manera de que dejara aparcadas las maletas, esas que siempre tenía preparadas para acompañarle a cumplir su sueño, el de trotamundos empedernido.