¡Basta de dulce!

Cuenta la leyenda que un día en que Palas Atenea paseaba por el bosque, encontró un hueso doble que las hormigas habían vaciado y limpiado por dentro; decidió hacerle unos agujeros y se dio cuenta de que si soplaba por el extremo donde se unían los dos huesos, el aire producía unos bellos sonidos. Muy contenta con su descubrimiento decidió enseñárselo a los dioses del Olimpo, se sentó frente a ellos y comenzó a tocar. La música producida era maravillosa pero los que la escuchaban empezaron a reírse y a cuchichear entre ellos lo que mosqueó mucho a Palas Atenea que dedujo que si la música era deliciosa, el motivo de las risas tenía que ser ella misma.
Enfadada bajó a la tierra, buscó un lago de agua cristalina y se inclinó para poder contemplar su imagen en él, en un principio no vio nada raro, así que volvió a interpretar la misma música sin dejar de contemplarse y fue entonces cuando se dio cuenta del motivo de las risas y cuchicheos. La imagen que se reflejaba mostraba una cara abotargada y enrojecida por el esfuerzo, con los ojos casi cerrados y las aletas de la nariz dilatadas lo que le daba un aspecto desagradable. Enfurecida arrojó la flauta al suelo echándole además la siguiente maldición: “A cualquiera que toque esta flauta le sobrevendrá una desgracia”.
No tardó en pasar por allí un sátiro llamado Marsias, personaje inofensivo y no muy espabilado, que habitaba en los bosques. Encontró la flauta y se dijo: “Si me tropiezo con esto, será porque me va a servir de algo, así que me lo quedo”.
Se llevó la flauta a la boca y comenzó a soplar. No tenía ni idea de música, pero como por arte de magia de ella salieron unos sonidos celestiales y Marsias que era un poco creído lo atribuyó a su habilidad y ni corto ni perezoso empezó a dar conciertos a todo aquel que quisiera escucharle. Todos alababan sus interpretaciones hasta que uno le dijo: “Sólo Apolo, el dios de la música, toca tan bien como tú”.
Si en ese momento Marsias hubiera sido más modesto y no hubiera querido igualarse a los dioses no le hubiera pasado nada, pero la vanidad ciega siempre y lleva por malos caminos. Como siempre hay orejas que todo lo oyen y bocas que todo lo cuentan, alguien le fue con el chisme a Apolo que no destacaba precisamente por su humildad y que ante la vanidad del sátiro, decidió retarlo a una competición, él tocaría la lira y Marsias la flauta. Este en lugar de retirarse alegando cualquier disculpa, aceptó encantado con lo que nuevamente metió la pata. Está claro que el que se empeña en no ver lo que se le viene encima, se vuelve totalmente ciego.
Apolo convocó a las musas y a las diosas de las artes y las ciencias para que ejercieran de jurado y como él era un dios y su oponente sólo un sátiro, decidió que le correspondía poner las reglas de la competición. Sólo puso una pero cargada de muy mala fe: “El que gane podrá hacer con el otro lo que quiera”. Marsias, cegado por el placer de competir con un dios la aceptó sin pensar lo que esto podría suponer, estaba demasiado orgulloso de si mismo y de su música para pararse a pensar que podría perder, así que volvió a meter la pata y ya no se si le quedaban más patas que meter.
Comenzó la competición y al principio la cosa estaba bastante igualada, con lo que las musas no veían claro quien podría ser el vencedor, así que Apolo propuso hacer una modificación, que Marsias hiciera todo lo que él hiciera y que si era capaz de seguirle, le daría como ganador. Ni aún con esta propuesta tan sospechosa el sátiro se decidió a abandonar la competición, el que las musas no hubieran podido dar claramente el nombre de un vencedor le hacía sentirse tan orgulloso que su capacidad de raciocinio era nula, si es que alguna vez lo tuvo.
Y empezó la segunda ronda. Apolo le dio la vuelta a la lira, la tocó con la mano izquierda y comenzó a cantar al mismo tiempo. “Vamos Marsias - le dijo – dale la vuelta a tu instrumento y canta mientras tocas”. Claro, esto con una lira puede hacerse, pero no con una flauta pues ni toca poniéndola al revés ni se puede cantar al tiempo que se toca, así que el sátiro perdió la competición y las musas ya tuvieron claro quien había ganado.
Apolo ejerciendo su derecho por el premio conseguido en el que podía hacer lo que quisiera con el perdedor, cogió a Marsias por el cuello, lo ató a un árbol y lo desolló vivo.
Que la soberbia no te ciegue impidiéndote ver tus limitaciones y las intenciones de tu oponente si no quieres terminar como Marsias.