El rincón de Leodegundia

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domingo, mayo 28, 2006

Viaje al sur

Abandono por un tiempo las brumas del norte para dirigirme al sur, quiero ver con mis propios ojos un palacio del que todos cuentan maravillas y que se halla en Granada. Noticias tengo de que está situado en lo alto de la colina que los moros denominaron al-Sabika y que eligieron por su situación estratégica. Alhambra lo llaman por su color rojizo, el color de las tierras del lugar.

El camino es largo, habiéndome despedido ya de Asturias, cruzo ahora las tierras de León y ante mi comienzan a dibujarse las tierras llanas en donde la vista se pierde, caminos rectos e interminables que me van llevando de un pueblo a otro, siempre en dirección sur. En las posadas entablo conversación con gentes que de allá vienen para ir recabando información sobre la ciudad a la que me dirijo y poco a poco me voy enterando que se cree que el palacio está edificado sobre unas construcciones anteriores a la llegada de los musulmanes y que se convirtió en residencia real con el primer monarca nazarí Mohamed ben Al-Hamar que inició la época de mayor esplendor. Él y sus descendientes hasta llegar a Yusuf I y Mohamed V, fueron haciendo ampliaciones hasta convertirlo en un lugar de ensueño.

Hoy la marcha fue larga y en solitario, apenas me crucé con algunos pastores que llevaban sus rebaños no se a dónde pues todo se ve seco y terroso, y la única posada que encontré parecía desierta, antes de retirarme a mis aposentos para descansar, acepté de buen grado un poco de queso y miel y alguna pieza de fruta, únicas viandas disponibles y mientras comía en silencio escuché una voz ronca que recitaba lo que parecía un romance, al principio en un susurro y luego con más fuerza. No se como empezaría, pues sólo esto pude entender:

…………………………..
Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara:
mataste los bencerrajes,
que eran la flor de Granada;
cogiste los tornadizos
de Córdoba la nombrada.
Por eso mereces, rey,
una pena muy doblada,
que te pierdas tú y el reino
y que se acabe Granada.
¡Ay de mi Alhama!

Al oír nombrar a Granada, no dudé en dirigirme al viejo desaliñado que en un rincón de la posada y reclinado sobre una mesa, entre trago y trago de la jarra que en la mano tenía recitaba lo que acabo de relatar. Preguntéle quienes eran esos bencerrajes y él me informó que era una familia granadina muy importante, de origen africano, que tenía como rivales a la familia de los zegríes con quienes sostuvieron sangrientas luchas y que en tiempos del rey Muhamad X fueron asesinados en la Alhambra, en una sala que desde entonces se llama de los Abencerrajes; quise conseguir más información, pero dejó caer la cabeza sobre la mesa mientras repetía una y otra vez ¡Ay de mi Alhama!.

Las tierras estas que cruzo están llenas de bellos e impresionantes castillos, son las tierras que llaman Castilla debido al gran número de ellos que aquí existen, algo poco conocido en el lugar de donde vengo pues allí los castillos son sus montañas, las que durante tanto tiempo nos ayudaron a dificultar la entrada de los pueblos invasores. Bueno es viajar y conocer otros lugares y otras gentes, aunque mi corazón añora mis verdes tierras, mi mar bravío y mis cielos grises que con tanta frecuencia derraman lágrimas copiosas.

Cuando creí que sólo el norte tenía enormes montañas, me encuentro que en el sur también las hay y yo que entiendo de ellas, puedo asegurar que al igual que las de mi tierra, son hermosas. Llegando estoy a Granada y ante mis ojos se asoman unas montañas cubiertas de nieve que parece que irradien luz propia al reflejar la del sol que aquí brilla con fuerza, ninguna nube empaña el cielo azul; preguntando me enteré de que se llama Sierra Nevada por sus nieves perpetuas, pues sus cimas casi siempre lucen un manto blanco. Avivo el paso, mi meta está cerca y el palacio que pretendo visitar casi está al alcance de mis ojos.

Desde la vega de Granada diviso la Alhambra, el sol empieza a declinar y sus rayos tiñen sus muros del color del oro viejo con tintes rojizos, más parece una fortaleza que un palacio, me quedo un buen rato contemplando el espectáculo hasta que habiendo oscurecido, decido buscar alojamiento. Ya de mañana, pregunto en la plaza Nueva que camino tomar y allí, amablemente me indican que me dirija a la cuesta de Gomérez. A buen paso comienzo el ascenso hasta llegar a una puerta conocida como de las granadas, la cruzo y continuo la ascensión y siguiendo las indicaciones que me habían dado, me acerco a la puerta del palacio, llamada de la Justicia, que se haya cerrada, la golpeo repetidas veces con mi bastón hasta que se oye un girar de llave y la puerta se abre lo justo para dejar asomar la cabeza de un muchacho un tanto somnoliento que me informa de que el palacio no se podrá visitar hasta dentro de unos días, a punto de cerrar de nuevo, le digo que por favor me escuche, le cuento mi viaje hecho con el único propósito de visitar lo que todos nombran como maravilla y que no me puedo quedar tanto tiempo en la ciudad ya que debo de retornar a mis lejanas tierras. El muchacho duda, me mira con atención supongo que para comprobar si mi aspecto es de persona honrada y termina por dejarme entrar con la condición de que me dejaría ver solamente uno de los patios, el de los leones, luego tendría que abandonar rápidamente el lugar. Pienso que es mejor esto que nada y en silencio le sigo, en el trayecto apenas si veo nada pues él camina deprisa hasta que llegamos a un lugar y me dice : “este es”, se retira a un rincón y yo me encuentro a la entrada de un patio rodeado de columnas.

La primera impresión que me dio al ver tantas columnas, fue la de un claustro, pero algo flotaba en el ambiente que me decía que era diferente mientras en los claustros se siente el silencio, en este patio se notaba la presencia de voces y risas que al igual que una enredadera hubieran quedado agarradas a las paredes. Con pasos vacilantes y silenciosos me fui adentrando en él y mi asombro creció como la espuma cuando al posar una de mis manos en una columna noté la frescura del mármol, blanco y liso de tacto suave y al elevar mis ojos siguiendo su estilizada forma comprendí de pronto la fama de la que gozaba este palacio.

Los paños que unían las columnas semejaban encajes bellamente trabajados que permitían el paso de la luz y pendían como doseles que engalanaban el patio; adentrándome otro poco, la mirada se posó en una fuente situada en el centro cuya taza descansaba sobre doce leones de cuyas bocas manaba un agua cantarina cuyo rumor hacía recordar las risas alegres de muchachas jóvenes, y ese rumor se extendía por cuatro canalillos que vienen desde cada lado del patio para unirse a la fuente. En dos de los lados del patio, como dando un paso hacia la fuente, hay dos templetes con cúpulas ricamente decoradas, un buen lugar desde donde disfrutar de tanta belleza.

Me acerqué a la fuente y noté la presencia de alguien a mi lado, era el muchacho que me introdujo en el palacio que extendiendo su mano me mostraba el borde de la taza de la fuente, ¿ve estas inscripciones?, me dijo, es un poema escrito por el gran Ibn Zamrak, el más brillante de los poetas, ¿quiere que le lea un poco?, si, le contesté y él con una voz templada comenzó a recitar:

“Bendito sea Aquél que otorgó al iman Mohamed
las bellas ideas para engalanar sus mansiones.
Pues, ¿acaso no hay en este jardín maravillas
que Dios ha hecho incomparables en su hermosura
y una escultura de perlas de transparente claridad,
cuyos bordes se decoran con orla de aljófar?
Plata fundida corre entre las perlas,
a las que semeja belleza alba y pura.
En apariencia, agua y mármol parecen confundirse,
sin que sepamos cuál de ambos se desliza……

En aquel momento se oyó una voz que llamaba al muchacho y éste asustado me indicó que tenía que abandonar el lugar ya que su padre le había prohibido abrir la puerta a nadie. Salimos todo lo rápida y silenciosamente que pudimos y cuando me di cuenta me encontraba de nuevo con la puerta del palacio cerrada a mis espaldas.

Regreso a las brumas del norte, pero en mi retina quedó grabada la luz de la Alhambra y en mis oídos aún resuena el cántico alegre del agua de sus fuentes.

domingo, mayo 21, 2006

Violencia

Nuestra sociedad está escandalizada por la tremenda violencia existente en estos momentos y no es de extrañar ya que se está produciendo a todos los niveles y en todos los ámbitos; en los hogares, en los centros de enseñanza, en los estadios, en la calle….., y a nuestra mente viene enseguida esa frase de “violencia engendra violencia” y es cierto, tú me atacas y yo respondo con la misma agresividad, gente que normalmente es pacífica, al verse agredido o amenazado reacciona violentamente y no voy yo a poner cara de asombro ante esta reacción porque supongo que si yo o alguien de mi familia es atacado violentamente, posiblemente mi respuesta sería violenta también.

Pero esta actitud no es nueva, la humanidad arrastra la violencia desde el principio y yo me pregunto cuantas muertes se podría haber evitado de haber usado más el raciocinio que la pasión. Casos de violencia los hay por miles, pero a mi no se por que razón, me impresionó uno en concreto. Fue en un viaje a Salamanca, maravillosa ciudad tan llena de cosas que ver que, cuando se la visita es necesario llevarse una guía para no perderse ninguna de ellas; y así íbamos guía en mano, siguiendo sus indicaciones, cuando llegamos a una plaza, Plaza de los Bandos y en ella esta casa que la guía definió como Casa de María la Brava. Las explicaciones que aportaba no eran muy extensas y como me picó la curiosidad, intenté averiguar algo sobre quién era esa mujer y los pocos datos que conseguí son los que relato a continuación y que sirven para ilustrar el tema de la violencia.

Cuentan que en el siglo XV la ciudad de Salamanca estaba inmersa en una guerra entre dos bandos – el de San Benito y el de Santo Tomé - dirigidos por familias de la nobleza que estaban enfrentadas a muerte para conseguir el control de la ciudad, era tanto el odio entre ellos que existía un plaza que separaba las zonas ocupadas por dichos bandos y nadie se atrevía a pasar por allí por lo que las hierbas crecieron tanto que le dieron el nombre de Corrillo de la Hierba.

En uno de esos bandos, el de Santo Tomé, militaba una mujer viuda, María de Monroy que tenía dos hijos, Pedro y Luis. Un día su hijo Luis estaba jugando un partido de pelota con los hijos de Los Manzano (perteneciente al otro bando) y como en todo buen partido que se precie, se acabó en una disputa agravada por el odio existente entre los bandos rivales. Los Manzano, ayudados por sus criados dieron muerte a Luis y temiendo que viniera su hermano, se emboscaron en una callejuela esperando a que apareciera cosa que no tardó en suceder, cogido por sorpresa, acabó muerto como su hermano. Los asesinos temiendo represalias huyeron de la ciudad.

Cuando María de Monroy se enteró de la muerte de sus hijos, no dijo nada, ni tan siquiera lloró, los enterró y a continuación dijo que se retiraba a una de sus posesiones lejos de la ciudad para llorar su muerte. Lo que hizo en realidad fue dar órdenes a sus criados para que buscaran a sus asesinos y una vez estos fueron localizados en Viseu escondidos en una posada, María y sus hombres entran en tropel, cogen a los Manzano por sorpresa y María ordena ejecutarlos y cortarles la cabeza, recoge ella las cabezas y regresa a Salamanca depositándolas sobre la tumba de sus hijos. Es por ello que se le comenzó a llamar María “la Brava” y como podréis suponer aquí se hizo cierta la frase “violencia engendra violencia” pues el bando contrario respondió con más muertes y así siguieron matándose unos a otros durante cuarenta años hasta que apareció un predicador, Juan de Sahagún que consiguió que los bandos firmaran la paz.

Y digo yo ¿no hubiera sido mejor hablar de paz y firmar el pacto mucho antes evitando así tantas muertes inútiles?, eso sería lo lógico, pero la lógica creo que está reñida en muchos casos con el género humano.

domingo, mayo 14, 2006

Moda masculina

Normalmente, cuando se habla de moda, la primera imagen que se nos viene a la mente es la femenina, nuestra fama de coquetas y presumidas hace que se crea que estamos excesivamente pendientes de los modelitos que los diseñadores crean para nosotras, para realzar nuestra figura y nuestro encanto, claro que algunas veces es un poco dudoso su deseo porque algunos de esos modelitos no se los pondría yo ni a mi peor enemiga, suponiendo que la tuviera.

Este tema no causa pocas bromas y risitas por parte del personal masculino que aprovecha cualquier motivo para tomarnos el pelo diciéndonos lo ridículas que somos siguiendo la moda, pero si nos fijamos, a través de la historia y del arte, podemos comprobar que los hombres tampoco lo hicieron mal, porque seamos sinceras, no se como se atrevían a salir a la calle de esta guisa.

Fue el hombre en realidad el inventor de la moda y no precisamente para embellecer a la mujer, si no para taparse sus vergüenzas (supongo que no hará falta recordaros el “affaire” acontecido en el Paraíso Terrenal). Pues bien, al principio Adán se conformó con ponerse lo primero que tenía a mano, una sencilla y discreta hoja de parra, según cuentan; luego, seguro que como tenía tantos árboles a su disposición, iría combinando hojas y así cada vez los modelos fueron enriqueciéndose, y ya puesto en marcha este negocio de la moda, veamos como evoluciona:

Luego la cosa va complicándose cada vez más hasta llegar a estos límites:



Los complementos son importantísimos en la moda y que mejor que un elegante y favorecedor sombrero.


O una buena peluca


O una combinación de ambas cosas

Y no olvidemos un gracioso y distinguido cuello ya sea en forma de gola o gorguera, más o menos grande, o cuello caído de ricas y exquisitas puntillas.

Y no pueden faltar los trajes de gala para las grandes ocasiones.


Espero que después de este pase de modelos, los del sexo opuesto se lo piensen mucho antes de tocar el tema.

lunes, mayo 08, 2006

Bailarina

Para escuchar la música pinchar AQUI

“Prepara mi vestido de cisne”

Estas serían las últimas palabras de la bailarina de ballet que mejor representó la escena de la muerte del cisne.

Muchas son las bailarinas que representaron esta obra, pero ninguna alcanzó la gracia etérea de Ana Pavlova. Era una enamorada de la naturaleza y de su contemplación sacaba la inspiración para representar los papeles, como le sucedió con el cisne que llegó a dominar de tal manera que se convirtió en la mejor y mas afamada bailarina, llegando a conquistar el éxito y el reconocimiento del mundo entero.

Fue una niña frágil y enfermiza. Nació en San Petersburgo el 31 de Enero de 1882. Cuando contaba dos años, falleció su padre, y su madre preocupada por su salud, decidió enviarla a Ligovo con su abuela. Allí, en contacto con la naturaleza, viviría una de las más felices épocas de su vida. Cuando tenía ocho años, su madre la llevó a ver la representación de ballet de “La Bella durmiente” y cuando salió del teatro ya sabía con certeza que su vida sería el baile.

Después de años de preparación, comenzó su carrera en el Teatro Mariinsky interpretando diversos papeles hasta que le llegó la ocasión de encontrarse con el papel que la haría famosa: el de cisne. Tenía que participar en una función benéfica y le pidió a su amigo Michael Fokin que le aconsejara una pieza musical, este le propuso “El cisne”, de Saint-Saëns y a partir de ahí, y durante toda su vida, en el escenario ella y el cisne se fundirían formando un solo personaje.

Visto el éxito conseguido, los directores del teatro, decidieron dar a Ana el papel principal de la maravillosa obra “El lago de los cisnes” de Tchaikovski y desde entonces, su carrera fue imparable recorriendo los mejores teatros del mundo hasta que llegó el fatídico día en que regresando de unas vacaciones en Cannes y dirigiéndose a París el tren en el que viajaba tuvo que detenerse por un accidente y ella salió del vagón para ver que sucedía, cogió un fuerte resfriado que después de algunas complicaciones, y estando ya en La Haya, acabaría con su vida. Tenía cuarenta y nueve años.

Dos días después de su muerte se celebró en Londres una función de ballet y el director de la orquesta anunció:”Y ahora la orquesta interpretará la muerte del cisne en memoria de Ana Pavlova.” Cuando se levantó el telón, un reflector iluminó el centro del escenario vacío, no había ninguna bailarina, pero todos recordaron a la que mejor había representado esta escena.

Es muy posible que si hay un cielo para cisnes, en él esté “La Pavlova” como se la solía llamar.


lunes, mayo 01, 2006

Y a su manera, nos conquistaron

España, conocida por sus conquistas, fue a su vez conquistada a lo largo de su Historia en muchas ocasiones, por causas económicas, sociales o políticas. Numerosos fueron los pueblos que llegando desde todos los puntos, se fueron estableciendo casi siempre después de largas luchas hasta mezclarse con los lugareños. Quizás la menos cruenta de todas estas invasiones llevadas a cabo en la antigüedad, fue la de los fenicios.

Procedían de Fenicia - país del Asia anterior, en la costa de Siria – que más que un país era un conjunto de ciudades-estado con gobiernos independientes, aunque bajo la hegemonía de Sidón hasta el siglo XIII a.C. y de Tiro a partir de entonces. Poblada por semitas cananeos, su suelo montañoso no era apto para la agricultura, lo que orientó a sus habitantes hacia las actividades marítimas viajando continuamente con fines comerciales y creando muchas colonias a lo largo de las costas del Mediterráneo.

Los marineros fenicios, según el autor griego Arato, tenían el sistema de navegación más perfecto, narra que incluso podían navegar de noche ayudados por ánforas horadadas que, colgadas a proa, servían como instrumentos de iluminación. Jenofonte también alaba las virtudes marineras de este pueblo que fue uno de los mejores exploradores por su audacia y valor, que los lanzó al mudo desconocido llevando a cabo largos viajes por todos los mares convirtiéndose en verdaderos “señores del mar”. Estrabón afirma que navegaron más allá de las Columnas de Hércules y fundaron ciudades en medio de la costa de África. Cuando el trayecto no permitía paradas a la navegación, la nave se orientaba por la constelación de la Osa Mayor, conocida en el mundo antiguo con el nombre de Estrella Fenicia.

Como buenos comerciantes que eran, su fino olfato para hacer negocio les llevó calibrar enseguida que esta era una tierra de grandes posibilidades para enriquecerse ya que tenía grandes riquezas naturales - abundantes pastos, y por lo tanto también ganado; tierra fértil, con frutos y cereales de toda clase; minas, de hierro, cobre y plata y ríos que arrastraban pepitas de oro - y al mismo tiempo vivían en una situación de atraso manifiesto, dos factores dignos de tener en cuenta a la hora de hacer intercambios de mercancías. ¿Dónde encontrar algo mejor?.

Por tres veces, según Estrabón, la ciudad de Tiro mandó expediciones a las columnas de Hércules (estrecho de Gibraltar). La primera desembarcó en Calpe (Gibraltar) y allí ofrecieron sacrificios, pero como no resultaron favorables, pusieron proa a su casa; en la segunda, salieron del estrecho hasta llegar a una isla consagrada a Heracles, situada cerca de la ciudad de Onuba (Huelva) y creyendo que era el lugar en donde estaban las Columnas, ofrecieron sacrificios al dios, pero como de nuevo éstos no fueron favorables, también se volvieron a casa; pero los que llegaron en la tercera expedición, no se si es que no ofrecieron sacrificios o que estos fueron favorables, pues se quedaron y sentaron sus reales en la isla de Eritia, que se supone sea la de Sancti Petri. Desde ahí se trasladaron a un lugar inmediato con más comodidades para sus negocios y fundaron Gades (Cádiz) dedicando un santuario a Melqart, el Hércules fenicio, que rivalizó en importancia con el de Tiro.

En sus excursiones marítimas los fenicios establecieron factorías en la costa meridional, lo que dio mucha vida a su comercio, además la convivencia con los lugareños era buena y resultó beneficiosa para ambos, pues los fenicios consiguieron grandes riquezas y a cambio los conquistados se beneficiaron de todos los conocimientos y técnicas que estos navegantes habían ido recogiendo por todos los lugares en donde habían levantado sus colonias a lo largo de las costas del Mediterráneo, como el alfabeto, la minería, la elaboración de los metales, del vidrio policromado y la alfarería, la tintorería, la salazón y la cura del pescado. Entre los productos que se intercambiaban en un principio eran el vino y el aceite que ellos traían, por los minerales que aquí abundaban, sobre todo la plata; luego los intercambios fueron cada vez mayores, telas, amuletos, joyas, vasos de metal, cerámica pintada y muchísimos otros productos que los fenicios se encargaban de llevar de un lado a otro, creo que esta fue la gran aportación de Fenicia, la de llevar las nuevas técnicas, el arte y el conocimiento adquirido en sus viajes y contacto con todas las civilizaciones antiguas hacia el mundo occidental.

Del arte fenicio se puede decir que en él concurren elementos de diversas procedencias como la egipcia, la griega, la mesopotámica o la siria; la característica fundamental de este arte fue asimilar y armonizar corrientes artísticas diferentes y dada la gran pericia que demostraron, no tardaron en fundar una industria de creación artesanal en donde se elaboraban la mayoría de los objetos decorativos con los que comerciaban. De sus manos salieron exquisitas miniaturas de marfil; adornos de oro, plata, cobre y bronce y cerámica bellamente decorada. Se cree que fueron los inventores del vidrio, pero la tradición la heredaron de Egipto y Mesopotamia, pero adquirieron un gran conocimiento y empleando una pasta de arena fina que combinada con carbonato sódico, añadiéndole pigmentos y sometiéndola a grandes temperaturas, la convertían en vidrio de colores con el que hacían frascos para el incienso o para los perfumes, abalorios y objetos ornamentales.


Se conoce la localización de muchas colonias: como la de Abdera (Adra) en Almería, Malaca (Málaga), Sexi (Almuñecar) en Granada; asentamientos: Carmo (Carmona) en Sevilla, Aljaraque en Huelva, Santaella en Córdoba y necrópolis: Los Alcores (Carmona) en Sevilla, Setefilla, Lora del Río en Sevilla y La Joya en Huelva. Hay muchas más, esto es sólo una pequeña muestra y estoy segura que los descubrimientos todavía no llegaron a su fin.

Como dije al principio, este no fue el único pueblo que vino a la conquista de España, los celtas, de los que nos habla Caboblanco, también forman parte de nuestra Historia.