El rincón de Leodegundia

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sábado, julio 19, 2008

Hoy entrevista

Hace tiempo me referí en un artículo a los caballeros medievales, explicaba entonces las cualidades que tenían que tener los aspirantes y las distintas fases por las que tenían que pasar hasta poder obtener ese tan ansiado título, y los que lo leísteis sabéis que no era fácil conseguirlo sobre todo si no se pertenecía a la nobleza.

Pero así como entonces la explicación era de forma general, hoy tengo la suerte de poder entrevistar a uno de ellos que creo que reúne todas las condiciones para ser un buen representante de los citados caballeros y lo mejor será que se presente él mismo.

Cuando guste, caballero.


Nunca creí que pasado tanto tiempo fuera a ser invitado para hablar de mi persona, creí que la Historia, dada mi importancia, se encargaría de ello. Pero en fin, aunque no se como llegué hasta aquí, contestaré a sus preguntas.

Me presentaré entonces: mi nombre es Eduardo de Woodstock, Príncipe de Gales, nacido el 15 de Junio de 1330, siendo mis padres el rey Eduardo III de Inglaterra y la francesa Felipa de Henao. A los tres años ya fui nombrado Conde de Chester y cuatro años más tarde Duque de Cornualles, sin olvidar mi nombramiento como miembro de la Orden de la Jarretera, no olvide usted que yo era el heredero a la corona.

¿Nos podría decir como transcurrió su infancia?

Pues como la de cualquier príncipe de la época, entre juegos, disciplina por ser quien era, educación al nivel de mi posición más futura que presente en ese momento y el aprendizaje del manejo de las armas, algo en lo que destacaba al igual que en la capacidad de mando. En los juegos siempre era el que daba las órdenes y mandaba a los soldados que combatíamos con furia contra un enemigo invisible y al que siempre ganábamos.

Según se cuenta usted se enfrentó a edad temprana a enemigos no tan invisibles.

Efectivamente, la guerra llamada de los Cien Años, que en realidad duró 116, se originó por los derechos de sucesión al trono francés ya que el último de la dinastía de los Capetos, Carlos IV murió sin descendencia y dos familias nos creíamos con derecho a ese trono: los Valois y los Plantagent. No me voy a adentrar en explicaciones demasiado largas ya que su pregunta se refiere sólo a mi primera batalla y si nombro esta larga guerra es porque precisamente esa batalla forma parte de las muchas que se llevaron a cabo dentro de esos cien años.

Se trata de la Batalla de Crecy. Yo tenía entonces dieciséis años, pero mi padre confió en mis dotes de guerrero y me encomendó el mando de uno de los tres grupo en que dividió su ejército y una vez ganada la batalla, por mi valor me fueron concedidas las espuelas, las plumas de avestruz para mi cimera y el lema “Valor: Yo sirvo”, tres cosas muy apreciadas para un caballero.

Esta batalla sólo fue el principio de otras muchas en las que usted demostró su valor y buenas dotes de mando ¿no?.

Así es, también participé en la de Poitiers en donde tomé prisionero al rey francés Juan II, y en otras muchas escaramuzas. Y en mis correrías por Francia para debilitar al enemigo devasté Armañac, llegué hasta el Mediterráneo y regresé arrasando todo lo que pude. Dicho así en frío parece atroz, pero la guerra es la guerra y esta es una de las formas de doblegar al enemigo.

Se le conoce a usted como el Príncipe Negro por el color de la armadura que llevaba al combate ¿eligió este color por alguna razón en especial?

Si, era un color de armadura poco habitual que destacaba entre todas las demás y que acompañada por la fama que me precedía de guerrero arrojado y valiente producía en mis enemigos un cierto temor al verme aparecer, lo que mermaba un tanto sus fuerzas y por otro lado era como un símbolo para mis soldados que se sentían orgullosos de acompañarme en mis correrías y ambas cosas eran beneficiosas para la causa.

Me gustaría haber ilustrado este artículo con un retrato suyo portando esa armadura negra, pero apenas si se encuentra alguna ilustración no muy buena, todo hay que decirlo, ¿acaso no posó usted alguna vez para que quedara algún recuerdo para la posteridad?

¿Y usted cree que yo tenía tiempo para frivolidades de ese tipo?, mi vida era la lucha y me tocó vivir en una época en que se combatía casi de continuo.

Sin embargo si encontró tiempo para el amor, ¿no es así?

Cierto, pero a eso no lo llamaría yo frivolidad. Me enamoré de Juana de Kent de tal manera que incluso me casé con ella sin el consentimiento de mi padre el rey.

¿Cuál era le motivo de la oposición de su padre a esta boda?

Bueno, se acusaba a Juana de bigamia, pero es que ella no era culpable de nada, a los doce años se la obligó a casarse en secreto y por conveniencia con Tomas Holland y cuando éste se marchó a luchar a Francia, su familia la obligó a volver a casarse esta vez con Guillermo Montacute, futuro conde de Salisbury, quizás pensaron que su primer marido moriría en la guerra y este segundo les reportaría más beneficios. Luego sucedió que Tomas no sólo no murió si no que regresó a casa vivo y rico y se encontró con que su esposa estaba casada de nuevo. Tomas reclama al Papa la anulación del segundo matrimonio, cosa que el Papa concede y Juana regresa con su primer marido y vive con él hasta que este fallece. Un año después Juana y yo nos casamos y nos fuimos a vivir a Francia en donde residimos hasta 1371 en que regresamos a Inglaterra ya con el consentimiento de mi padre. Debo de confesar que yo estaba enamorado de Juana desde muchos años antes, pero mi madre no veía con buenos ojos nuestro amor.

Se que en sus muchos desplazamientos para luchar, usted estuvo en mi país para ayudar a Pedro I de Castilla, apodado el Cruel, ¿puede decirnos el porqué decidió ayudarle?

Bueno, teniendo en cuenta que estábamos en continua guerra con Francia, tener aliados al otro lado del enemigo era muy conveniente y Pedro tenía verdaderos problemas con su medio hermano Enrique de Trastámara. Además Castilla poseía una flota importante de barcos que al ser nuestros aliados nos venía muy bien para controlar el golfo de Vizcaya. Quede claro que aunque estaba a favor de Pedro, intenté servir de mediador entre este y Enrique, pero el resultado fue una negativa rotunda y por lo tanto no hubo reconciliación que valiera, así que a principios de Abril de 1367 se inició la batalla. Mi hermano el duque de Lancaster mandaba la vanguardia y en el centro íbamos Pedro I y yo. En la vanguardia enemiga teníamos a Du Guesclin el jefe de las Compañías Blancas enviadas por Francia y en el centro a Enrique de Trastámara respaldado por muchos caballeros castellanos y aragoneses.

No hay duda de que nosotros estábamos mejor preparados a pesar de ser menos numerosos que el enemigo y nuestra mejor ayuda fue el arco largo de nuestros arqueros, esa era el arma más novedosa y eficaz de todas, las flechas disparadas con él y dada la pericia de nuestros arqueros, podían dejar clavada la pierna de un jinete a su silla a pesar de la cota de malla. Visto la cantidad de bajas que sufría su ejército, Enrique abandonó el campo de batalla y puso rumbo a Francia. Bien es verdad que ganamos la batalla, pero Enrique terminó por ganar la guerra ciñéndose la corona que quedó libre por la muerte de Pedro I.

Sin embargo ustedes como aliados no terminaron muy bien que digamos ¿no?

Pues no, la verdad, Pedro había prometido mucho por nuestra ayuda pero a la hora de pagar resulta que sus arcas estaban casi vacías. Además Pedro se tomó la revancha castigando duramente a los enemigos vencidos y si a todo ello sumamos el tremendo calor que hacía en la zona, decidí marcharme y romper mis relaciones amigables con él y aliarme a Pedro IV de Aragón y ahora reconozco que fue un error pues así también perdí la ayuda de la marina de Castilla que tanta falta nos hacía y que quizás tuvo mucho que ver en el resultado final de la guerra con Francia.

A pesar de la victoria en el batalla de Nájera parece ser que a partir de aquí su buena racha se rompió y las cosas le empezaron a ir bastante mal.

Así es, estaba cansado y enfermo. A mi regreso a Burdeos los soldados, que se habían quedado sin paga decidieron cobrar por su cuenta y saquearon la región con el consabido cabreo de los habitantes de la zona que decidieron apoyar desde entonces al nuevo rey francés y por si esto fuera poco murió mi primogénito Eduardo lo que aceleró mi regreso a Inglaterra en donde también tuve que enfrentarme a mi hermano Juan, así que decidí retirarme a Westminster donde me llegó la muerte.

Bueno, pero todo lo que se llevó de Castilla no era malo, tengo entendido que Pedro I le pagó parte de la deuda contraída con usted en joyas y entre ellas un gran rubí y que hoy se encuentra en la corona imperial.

Es cierto, un hermoso rubí que al parecer Pedro lo había conseguido del rey Bermejo de Granada, vaya usted a saber como y yo lo hice engarzar en mi corona ducal.

Quizás usted no lo sepa, pero este rubí tiene su historia a partir del momento de su fallecimiento ya que su segundo hijo que reinó con el nombre de Ricardo II, lo mandó engarzar en la corona real y por alguna razón se le empezó a considerar como un talismán, así que Enrique V lo llevó en su corona a la batalla de Agincourt pero estuvo a punto de perderlo al ser golpeado en un lado de la cabeza en una carga dirigida por el duque de Alençon y más tarde, el primer Tudor Enrique VII, en la batalla de Bosworth. En 1649 Oliver Cromwell vendió la corona con el rubí siendo recuperado dos años más tarde por Carlos II Estuardo. Años más tarde fue robado pero se recuperó y se decidió guardarlo con el resto de las joyas en la Torre de Londres. Hoy en día luce en la corona imperial de Estado, corona adornada con muchísimas joyas en la que destaca en su parte frontal precisamente por este rubí.

Está claro que las joyas nos sobreviven y aunque lleven una vida tan ajetreada como la nuestra ellas no mueren, mientras los hombres nos tenemos que conformar con una estatua yacente mas o menos lograda que señale el lugar en donde fuimos enterrados y que espero a mi se me haya dedicado una.

Así es, eso no debe de preocuparle pues la suya está en la catedral de Canterbury

Gracias por atendernos tan amablemente y contestar a nuestras preguntas, siempre es importante conocer un poco más de cerca a los personajes que participaron tan directamente en los acontecimientos históricos.

sábado, julio 12, 2008

Falta de personalidad

Según el diccionario, personalidad es: “Diferencia individual que constituye a cada persona y la distingue de otra”. Yo estoy asombrada de la falta de personalidad que existe, aunque no se puede negar que hay gente con personalidad, una gran mayoría carece de ella y se dedica a imitar a otras personas y lo más triste es que en muchas ocasiones imitan a personas que no tienen ningún valor. Se imita a cantantes que no cantan, se imita la forma de vestir de gentes que carecen de elegancia, se imita la forma de hablar de personas que no saben hacerlo, en fin, que a mi entender hay demasiadas personas que no están contentas consigo mismas y en lugar de superarse tiran por la calle de en medio que resulta mucho más fácil.

Pero esto no es lo peor, lo peor es cuando una persona decide tomar la personalidad de otra ya sea por convicción de que es esa otra persona, lo que indica que su cabeza no rige lo suficientemente bien o porque cree que eso le reportará unos beneficios ya sean de dinero, de poder, o de ambas cosas y en nombre de todo ello no le importa anularse a si misma.

Un buen ejemplo de esto son los impostores que quisieron hacerse pasar por el hijo de Luis XVI. No hace mucho escribí sobre la corta vida del delfín de Francia y la injusticia que con él se había cometido, pues bien, su muerte no estuvo muy clara durante muchos años ya que mucha gente creyó que se había anunciado su muerte precisamente para preservarle la vida. Hoy en día se sabe con certeza que el joven príncipe murió el 8 de junio de 1795 a los diez años de edad, pero durante los muchos años en que reinó la duda, muchos fueron los que quisieron hacerse pasar por él y entre ellos se podrían distinguir los que cito a continuación:

En 1798 apareció un chico de trece años de modales elegantes que dijo ser hijo de Luis XVI, pero cuando fue arrestado se le identificó como Jean Marie Hervegault, hijo de un sastre de Saint-Lô. No obstante, como había monárquicos que no se creía la muerte del delfín, le acogieron bajo su protección y aunque no le pudieron sacar de la cárcel, le proporcionaron una vida principesca con los servidores correspondientes y la ropa adecuada. Murió a edad temprana manteniendo que era el delfín.

No todos los que tomaban esa personalidad eran franceses, en 1815 un estadounidense, Charles de Navarre se puso en contacto con Luis XVIII para decirse que era su sobrino. Amigo y aficionado al vino, le contaba la historia a todo aquel que le pagara una botella. Como por aquel tiempo la duda persistía, la duquesa de Angulema, hermana del verdadero delfín, envió unos emisarios para entrevistarle resultando que todo era un fraude por el que acabó en la cárcel en donde moriría.

Pero para necio e insistente nadie como el relojero prusiano Charles-Guillaume Naundorff. No le importó permanecer encarcelado en su país durante cuatro años por su insistencia en el tema, una vez libre incluso llegó a escribir unas memorias quizás con la intención de convencer a la que según él era su hermana, la duquesa de Angulema que no le creyó y le llevó a juicio. Fue expulsado de Francia pero él, erre que erre siguió insistiendo y a su muerte su familia perseveró en el tema demandando los derechos sucesorios.

No todos los que decía ser el delfín eran gente sin títulos, En 1828, el duque de Richemont también lo intentó pero fue llevado a juicio al coincidir con el otro candidato, Naundorff nombrado anteriormente. Fue condenado a doce años de cárcel pero se fugó y salió pitando del país y no regresó hasta 1840. Después de la mala experiencia decidió llevar una vida discreta pero no pudo resistirse a un último momento de fama y ordenó que en su lápida escribieran el nombre del príncipe. Le duró poco porque el gobierno ordenó borrarla.

No fueron los únicos que lo intentaron aunque ninguno lo logró. En el año 2000 se realizaron unas pruebas de ADN al corazón que el médico francés que le atendió en el Temple le extrajo al hacerle la autopsia y el resultado fue que efectivamente, el delfín murió en 1795.

Hoy en día y gracias a las pruebas de ADN es más difícil hacerse pasar por otra persona, pero la falta de personalidad continúa.

sábado, julio 05, 2008

Todo tiene su historia

Ahora que ya finalizó la Eurocopa que tantas pasiones levantó en los países participantes y que todos los españoles, aunque no seamos aficionados a este deporte, celebramos orgullosos la victoria, se me vino a la cabeza un artículo que leí hace tiempo en la revista Historia y Vida en el que hablaban del “gioco del càlcio”, lo que traducido sería “juego de la patada” y que se puede considerar como el antepasado del fútbol moderno. Como la revista todavía sigue en mi poder, os haré un resumen.

Al parecer su origen está en un juego griego que las legiones romanas llevaron a Florencia como medio para mantenerse en forma. Luego siguió jugándose en la Edad Media y así continuó hasta que llegaron los Médici al poder que fueron los que le dieron el verdadero empuje al programar partidos como diversión para distintos eventos florentinos. Las diferencias con el fútbol actual son bastantes, veamos en que consisten.

No tenían un campo como ahora, jugaban en las principales plazas de la ciudad, aunque terminaron por utilizar la de la Santa Croce por ser la mayor y mejor situada. Se decidió que habría tantos equipos como barrios, o sea, cuatro, y cada uno de ellos utilizaba un color en su ropa para diferenciarlos: el blanco era el del barrio del Santo Spirito, el azul el de la Santa Croce, el rojo el de Santa María Novella y el verde el de San Giovanni.

Los jugadores desfilaban por las calles de la ciudad cogidos de la mano y rodeados de músicos hasta llegar a la plaza. Allí se encontraban los seis árbitros que controlarían el juego que era observado desde una tribuna, no como ahora que el árbitro está en mitad del fregado. El número de jugadores en cada equipo era de veintisiete: quince delanteros, cinco medios, cuatro tres cuartos y tres defensas y el objetivo del juego era llevar el balón hasta la meta que estaba señalada por una línea situada a cada extremo de la plaza haciendo el saque en un principio desde un lateral aunque más tarde se decidió hacerlo desde el centro de la plaza. Los jugadores podían lanzar la pelota con los pies y agarrarla con las manos, pero el único que podía lanzarlo con las manos era el defensa que además actuaba de portero. Estos jugadores eran de familias nobles y todos ellos fuertotes pues patadas, golpes variados, zancadillas y empujones estaban permitidos y no recibían tarjeta roja por ello, por supuesto que en la familia de los Medici siempre había algún jugador.

Y hay dos datos curiosos, uno la duración del partido que no tenía un tiempo fijo sino que se empezaba a la caída de la tarde y finalizaba cuando el sol desaparecía y otro que ahora los jugadores no aceptarían ni de coña, el premio: un ternero. ¿Os imagináis a algunas de las estrellas futboleras recibiendo un veintisieteavo de ternero?