Agua y fuego
Existía una costumbre por la cual antes de comenzar las fiestas, las jóvenes de la isla se dirigían a los Chorros de Espina para conocer su futuro. Los siete chorros, de los que manaba un agua clara y cristalina, tenían el poder de pronosticar si la persona que de ellos bebía o en sus aguas se reflejaba sería feliz o desgraciado, para ello, las jóvenes juntaban agua de los siete chorros y la depositaban en un estanque que habían construido con piedras y musgo y en él se asomaban como en un espejo. Si la imagen era clara y nítida, la joven podría estar segura de que el año llegaría cargado de cosas buenas y el amor le sería propicio, pero si el reflejo no era claro sólo las desgracias y la desdicha caerían sobre la doncella.

Siguiendo la tradición, aquel año las jóvenes de Agulo construyeron el estanque y depositaron en él la mezcla de los siete chorros y una a una se asomaron con inquietud esperando conocer su futuro. Entre las muchachas se encontraba la princesa Gara, joven bellísima que al ver reflejado su rostro en el agua se puso muy contenta pues el reflejo era claro, pero se quedó contemplándolo demasiado tiempo y el sol que ya lucía en todo su esplendor, se reflejó también produciendo un brillo excesivo que enturbió el agua borrando la imagen de Gara.
Asustada y no sabiendo que significaría aquello, se dirigió a toda prisa hacia la casa de Gerián el augur, que después de escuchar su relato, poniéndose en pie le dijo: “El destino ha hablado, huye del fuego Gara o tu final estará cerca”. Ella se quedó muy sorprendida y confusa pues en ese momento no fue capaz de descifrar el mensaje. Preocupada regresó a su casa pero su juventud le hizo olvidarse pronto de lo ocurrido y se preparó como todos los habitantes de la isla para recibir a los visitantes que participarían en la fiesta.
Y los visitantes llegaron, y entre ellos Jonay, hijo del mencey de Adeje, que con su habilidad y destreza se proclamó ganador en la mayoría de los juegos que se llevaban a cabo durante los festejos. Y pasó le que suele pasar, Gara y Jonay se conocieron y se enamoraron perdidamente sin tener en cuenta que ella pertenecía a la isla del agua y él a la del fuego. Se comprometieron ante la alegría de sus familiares y amigos, pero el destino que se había anunciado por la profecía del agua de los siete caños se hizo notar y ante la mirada atónita de todos los presentes surgió una llamarada del volcán de la isla de Tenerife y fue entonces cuando las palabras del augur se volvieron claras: “Agua y fuego no pueden estar juntos” Gara, el agua y Jonay, el fuego no podrían unirse o la desgracia les alcanzaría.
Los padres de los jóvenes, temiendo por sus hijos, decidieron separarlos, regresando Jonay a Tenerife. Pero cuando el amor prende en un corazón, la mente se nubla y él es el que manda. Jonay, auxiliado por vejigas de animales infladas, cruzó a nado la distancia entre las dos islas para reunirse de nuevo con su amada. Enterados los isleños salieron en su persecución y a los enamorados sólo les quedó tomar el camino hacia lo mas espeso del bosque, pero ni aún allí estaban a salvo pues no tardarían en encontrarlos, así que ante la posibilidad de que los separaran de nuevo, decidieron unir sus destinos más allá de la vida. Tomaron dos ramas largas de brezo, afilaron las puntas como si de lanzas se tratara y colocándose uno frente al otro apoyaron las ramas afiladas cada uno sobre el corazón del otro y abrazándose con fuerza las hundieron en sus corazones.
Hay quien dice que en memoria de los enamorados, los habitantes de la isla unieron sus nombres y desde entonces aquel bosque pasó a llamarse Garajonay. Puede que no sea cierto, pero así lo cuenta la leyenda.