Viaje al sur
El camino es largo, habiéndome despedido ya de Asturias, cruzo ahora las tierras de León y ante mi comienzan a dibujarse las tierras llanas en donde la vista se pierde, caminos rectos e interminables que me van llevando de un pueblo a otro, siempre en dirección sur. En las posadas entablo conversación con gentes que de allá vienen para ir recabando información sobre la ciudad a la que me dirijo y poco a poco me voy enterando que se cree que el palacio está edificado sobre unas construcciones anteriores a la llegada de los musulmanes y que se convirtió en residencia real con el primer monarca nazarí Mohamed ben Al-Hamar que inició la época de mayor esplendor. Él y sus descendientes hasta llegar a Yusuf I y Mohamed V, fueron haciendo ampliaciones hasta convertirlo en un lugar de ensueño.
Hoy la marcha fue larga y en solitario, apenas me crucé con algunos pastores que llevaban sus rebaños no se a dónde pues todo se ve seco y terroso, y la única posada que encontré parecía desierta, antes de retirarme a mis aposentos para descansar, acepté de buen grado un poco de queso y miel y alguna pieza de fruta, únicas viandas disponibles y mientras comía en silencio escuché una voz ronca que recitaba lo que parecía un romance, al principio en un susurro y luego con más fuerza. No se como empezaría, pues sólo esto pude entender:
…………………………..
Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara:
mataste los bencerrajes,
que eran la flor de Granada;
cogiste los tornadizos
de Córdoba la nombrada.
Por eso mereces, rey,
una pena muy doblada,
que te pierdas tú y el reino
y que se acabe Granada.
¡Ay de mi Alhama!
Al oír nombrar a Granada, no dudé en dirigirme al viejo desaliñado que en un rincón de la posada y reclinado sobre una mesa, entre trago y trago de la jarra que en la mano tenía recitaba lo que acabo de relatar. Preguntéle quienes eran esos bencerrajes y él me informó que era una familia granadina muy importante, de origen africano, que tenía como rivales a la familia de los zegríes con quienes sostuvieron sangrientas luchas y que en tiempos del rey Muhamad X fueron asesinados en la Alhambra, en una sala que desde entonces se llama de los Abencerrajes; quise conseguir más información, pero dejó caer la cabeza sobre la mesa mientras repetía una y otra vez ¡Ay de mi Alhama!.
Las tierras estas que cruzo están llenas de bellos e impresionantes castillos, son las tierras que llaman Castilla debido al gran número de ellos que aquí existen, algo poco conocido en el lugar de donde vengo pues allí los castillos son sus montañas, las que durante tanto tiempo nos ayudaron a dificultar la entrada de los pueblos invasores. Bueno es viajar y conocer otros lugares y otras gentes, aunque mi corazón añora mis verdes tierras, mi mar bravío y mis cielos grises que con tanta frecuencia derraman lágrimas copiosas.
Cuando creí que sólo el norte tenía enormes montañas, me encuentro que en el sur también las hay y yo que entiendo de ellas, puedo asegurar que al igual que las de mi tierra, son hermosas. Llegando estoy a Granada y ante mis ojos se asoman unas montañas cubiertas de nieve que parece que irradien luz propia al reflejar la del sol que aquí brilla con fuerza, ninguna nube empaña el cielo azul; preguntando me enteré de que se llama Sierra Nevada por sus nieves perpetuas, pues sus cimas casi siempre lucen un manto blanco. Avivo el paso, mi meta está cerca y el palacio que pretendo visitar casi está al alcance de mis ojos.
Desde la vega de Granada diviso la Alhambra, el sol empieza a declinar y sus rayos tiñen sus muros del color del oro viejo con tintes rojizos, más parece una fortaleza que un palacio, me quedo un buen rato contemplando el espectáculo hasta que habiendo oscurecido, decido buscar alojamiento. Ya de mañana, pregunto en la plaza Nueva que camino tomar y allí, amablemente me indican que me dirija a la cuesta de Gomérez. A buen paso comienzo el ascenso hasta llegar a una puerta conocida como de las granadas, la cruzo y continuo la ascensión y siguiendo las indicaciones que me habían dado, me acerco a la puerta del palacio, llamada de la Justicia, que se haya cerrada, la golpeo repetidas veces con mi bastón hasta que se oye un girar de llave y la puerta se abre lo justo para dejar asomar la cabeza de un muchacho un tanto somnoliento que me informa de que el palacio no se podrá visitar hasta dentro de unos días, a punto de cerrar de nuevo, le digo que por favor me escuche, le cuento mi viaje hecho con el único propósito de visitar lo que todos nombran como maravilla y que no me puedo quedar tanto tiempo en la ciudad ya que debo de retornar a mis lejanas tierras. El muchacho duda, me mira con atención supongo que para comprobar si mi aspecto es de persona honrada y termina por dejarme entrar con la condición de que me dejaría ver solamente uno de los patios, el de los leones, luego tendría que abandonar rápidamente el lugar. Pienso que es mejor esto que nada y en silencio le sigo, en el trayecto apenas si veo nada pues él camina deprisa hasta que llegamos a un lugar y me dice : “este es”, se retira a un rincón y yo me encuentro a la entrada de un patio rodeado de columnas.
La primera impresión que me dio al ver tantas columnas, fue la de un claustro, pero algo flotaba en el ambiente que me decía que era diferente mientras en los claustros se siente el silencio, en este patio se notaba la presencia de voces y risas que al igual que una enredadera hubieran quedado agarradas a las paredes. Con pasos vacilantes y silenciosos me fui adentrando en él y mi asombro creció como la espuma cuando al posar una de mis manos en una columna noté la frescura del mármol, blanco y liso de tacto suave y al elevar mis ojos siguiendo su estilizada forma comprendí de pronto la fama de la que gozaba este palacio.
Los paños que unían las columnas semejaban encajes bellamente trabajados que permitían el paso de la luz y pendían como doseles que engalanaban el patio; adentrándome otro poco, la mirada se posó en una fuente situada en el centro cuya taza descansaba sobre doce leones de cuyas bocas manaba un agua cantarina cuyo rumor hacía recordar las risas alegres de muchachas jóvenes, y ese rumor se extendía por cuatro canalillos que vienen desde cada lado del patio para unirse a la fuente. En dos de los lados del patio, como dando un paso hacia la fuente, hay dos templetes con cúpulas ricamente decoradas, un buen lugar desde donde disfrutar de tanta belleza.
Me acerqué a la fuente y noté la presencia de alguien a mi lado, era el muchacho que me introdujo en el palacio que extendiendo su mano me mostraba el borde de la taza de la fuente, ¿ve estas inscripciones?, me dijo, es un poema escrito por el gran Ibn Zamrak, el más brillante de los poetas, ¿quiere que le lea un poco?, si, le contesté y él con una voz templada comenzó a recitar:
“Bendito sea Aquél que otorgó al iman Mohamed
las bellas ideas para engalanar sus mansiones.
Pues, ¿acaso no hay en este jardín maravillas
que Dios ha hecho incomparables en su hermosura
y una escultura de perlas de transparente claridad,
cuyos bordes se decoran con orla de aljófar?
Plata fundida corre entre las perlas,
a las que semeja belleza alba y pura.
En apariencia, agua y mármol parecen confundirse,
sin que sepamos cuál de ambos se desliza……
En aquel momento se oyó una voz que llamaba al muchacho y éste asustado me indicó que tenía que abandonar el lugar ya que su padre le había prohibido abrir la puerta a nadie. Salimos todo lo rápida y silenciosamente que pudimos y cuando me di cuenta me encontraba de nuevo con la puerta del palacio cerrada a mis espaldas.
Regreso a las brumas del norte, pero en mi retina quedó grabada la luz de la Alhambra y en mis oídos aún resuena el cántico alegre del agua de sus fuentes.