Si nos preguntaran si la fealdad física de una persona influiría en nuestro trato con ella, seguro que todos diríamos que no, que lo importante es su forma de ser, su carácter y su buenas cualidades y lo diríamos de corazón, pero nos estaríamos engañando porque si bien es verdad que ante una fealdad aceptable nuestra reacción pudiera ser esa, ante una fealdad extrema debido a las deformidades las cosas cambiarían, quizás únicamente por un rechazo imposible de evitar y sin intención de dañar a la persona fea, pero como en casos así con la intención no basta, el daño que podríamos producir sería enorme.
Todo esto viene a cuenta de la historia de una persona que sufrió durante toda su vida el rechazo de los demás, desde los cinco años en que se empezó a manifestar su deformidad hasta el día en que le llegó la muerte.
Se trata de Joseph Carey Merrick, conocido como el hombre elefante, persona sensible, de alma noble pero con un horrible aspecto que con el paso del tiempo fue desfigurando no sólo su cara, si no todo su cuerpo y al que sólo defendía su madre de los insultos y burlas, pero hasta esto se le puso en contra pues su madre falleció pronto y su padre que volvió a casarse lo hizo con la peor de las personas que podrían haber llevado el título de madrastra. No quiso tenerlo en casa y le proporcionó todos los malos tratos que se pueden imaginar como él mismo describe en su autobiografía de la que destaco este párrafo:
"Cuando yo tenía 13 años, ella hizo todo lo posible para conseguir que yo saliera a buscar trabajo. Obtuve un empleo en la fábrica de cigarros Freeman y trabajé allí por unos dos años. Luego, mi mano derecha comenzó a crecer, hasta que se volvió tan grande y pesada que ya no pude liar los cigarros, y tuve que irme. Ella me mandó por toda la ciudad para buscar trabajo, pero nadie quería contratar a un rengo deforme. Cuando volvía a casa para comer, ella solía decirme que había estado vagando y no buscando empleo. Se mofó tanto de mí, se burló y me despreció de tal manera, que dejé de regresar a casa a las horas de las comidas. Allí me quedaba solo, en las calles, con el estómago vacío, con tal de no regresar para soportar sus pullas. De lo poco que yo comía, medias raciones y platos casi vacíos, ella igualmente me decía: “Es más de lo que te mereces. No te has ganado esa comida”. Incapaz de encontrar empleo, mi padre me consiguió una licencia de buhonero y comencé a recorrer las calles como vendedor ambulante ofreciendo telas, géneros y pomada para zapatos. Al ver mi deformidad, la gente ni siquiera me abría la puerta ni escuchaba mis ofertas. Como consecuencia de mi enfermedad mi vida seguía siendo una miseria perpetua, de modo que me escapé de nuevo de mi casa e intenté salir a vender por mi propia cuenta. Para esos tiempos mi deformidad había crecido a un grado tal que ni siquiera podía recorrer la ciudad sin que las multitudes se reunieran a mi alrededor y me siguieran por todas partes"
Llegado a este extremo, sin trabajo y repudiado por todos, creyó encontrar un medio de vida en el que podría aprovechar sus deformaciones: exhibirse en una feria. Al principio las cosas no fueron tan mal, pero pronto la maldad de la gente que no se conformaba con reírse de su aspecto comenzó a lanzarle insultos cada vez mas soeces e hirientes e incluso un empresario le propuso viajar a Bélgica y una vez allí, le robó su dinero y lo dejó abandonado a su suerte, podemos imaginarnos las dificultades con que se encontró para regresar a Inglaterra, sin dinero, famélico y con su aspecto por el cual muchos le prohibieron subirse a un barco para regresar, pero al fin, no se como, lo consiguió.
A su regreso se encontró con la persona que puso más interés en ayudarle, el doctor especialista en malformaciones Frederick Treves. Le trató con cortesía, estudió su caso, le hizo todas las pruebas que estaban a su alcance pero desgraciadamente no se encontró remedio para su mal, así que tuvo que volver a la feria para exhibirse.
Pero de nuevo el azar se le puso en contra, este tipo de exhibiciones empezaron a ser mal vistas y digamos que perdió su empleo. Sin dinero, hambriento y sólo, estuvieron a punto de encerrarle en un manicomio, pero él se acordó del médico que había sido tan atento con él y pidió que le avisaran y nuevamente Treves se compadeció de él y no sólo se lo llevó al hospital si no que hizo una campaña para recoger fondos y proporcionarle una casa. ¡Al fin parecía que le llegaba la suerte!.
Además de seguir tratándolo para ver si podía mejorar sus condiciones de vida, doctor y paciente entablaron una gran amistad que les llevó a charlar a lo largo de muchas horas y Treves fue descubriendo la naturaleza de este ser que tenía un aspecto tan deforme como grande esa su sensibilidad y su educación, educación que dada la vida que había llevado nadie le hubiese atribuido. Tanto doctor como paciente se hicieron famosos y mucha gente quiso visitarle no por ser deforme, si no por su sensibilidad y buena conversación y entre estas personas se puede citar a la Princesa de Gales.
Pero a pesar de los cuidados y buena alimentación, la enfermedad seguía avanzando, su cráneo crecía de forma espectacular hasta que un día su cuello no pudo sostenerla y al caer hacia atrás se lo fracturó.
Sólo se conserva una carta de su puño y letra, estaba dirigida a una mujer que le había enviado un regalo y dice así:
"Estimada señorita Maturin:
Le agradezco profundamente el whisky y el libro que tan amablemente me envió. El whisky era espléndido. Vi a Mr. Treves el domingo, y me dijo que debía enviarle a usted el mayor de mis respetos.
Con enorme gratitud y siempre suyo,
Joseh Merrick
Hospital de Londres
Whitechapel".
Pero también quedó un poema escrito por él que merece conocerse, pues se puede apreciar lo que este hombre sentía en realidad:
Es cierto que mi forma es muy extraña,
pero culparme por ello es culpar a Dios;
si yo pudiese crearme a mi mismo de nuevo
me haría de modo que te gustase a ti.
Si yo fuera tan alto
que pudiese alcanzar el polo
o abarcar el océano con mis brazos,
pediría que se me midiese por mi alma,
porque la verdadera medida del hombre es su mente.
No entré en detalles demasiado duros y desagradables porque no quiero que os quede un recuerdo amargo de esta historia, lo que pretendo es que sirva de ejemplo de lucha y superación, que cuando las cosas no os vayan demasiado bien recordéis a Joseph y si él pudo luchar día a día con su gran problema, enorme diría yo, los demás también podremos hacerlo.