Todo por la fama
Acostumbrados estamos ya, porque la televisión se empeña en mostrárnoslos, que hay gente que con tal de conseguir fama hace cualquier cosa. Algunos simplemente tonterías para llamar la atención y cuya fama les dura un suspiro pero otros incluso son capaces de morir con tal de que su nombre sea conocido y perdure en el tiempo por los siglos de los siglos.
Y esto no se debe a una moda pasajera, en mayor o menor número se viene dando en todos los tiempos y como muestra vale la acción que llevó a cabo Eróstrato en el año 356 a.C. para inmortalizar su nombre. Este hambriento de fama era un pastor que quizás cansado de ser conocido solamente por su ganado y poco más pensó que tendría que hacer algo muy llamativo para dejar el anonimato y no se le ocurrió mejor idea que prenderle fuego a uno de los más maravillosos templos de la época, el dedicado a Artemisa en la ciudad de Éfeso.
Este templo posiblemente el más grande de la época medía 115 m de longitud y 55 de anchura, estaba todo rodeado de columnas que formaban como una especie de bosque de mármol de gran altura, unos 19 metros, decoradas con finísimas esculturas en la parte inferior. Fue dedicado a la diosa Artemisa, hermana gemela de Apolo, indomable e independiente, diosa de la caza y también de la fecundidad y la fertilidad representada por una mujer con numerosos senos, que no sólo daba la vida, también podía quitarla.
Según los historiadores de la época el rey Creso de Lidia fue uno de los que aportaron grandes riquezas para la construcción de este templo en cuyo interior se encontraba una colosal estatua de Artemisa hecha de madera de vid revestida con plata y oro.
Y fue como dije en el año 356 a. C cuando Eróstrato decidió entrar a formar parte de los famosos prendiéndole fuego. Se dice que esa misma noche nació Alejandro Magno aunque este acontecimiento nada tenga que ver con Eróstrato, es una simple anécdota. Los efesios que tan orgullosos estaban de su templo se sintieron ultrajados y le condenaron a suplicio y prohibieron bajo pena de muerte que a partir de aquel momento se volviera a pronunciar su nombre.
Esto hubiera sido un gran palo para Eróstrato pues el precio pagado había sido enorme, el suplicio y la muerte, pero el desastre fue tan grande que su nombre no cayó en el olvido y llegó hasta nuestros días.
El templo fue reconstruido y vuelto a destruir y este si que cayó en el olvido, hoy sólo queda como recuerdo una solitaria columna que orgullosa, sin querer doblegarse, hace frente al paso y a las inclemencias del tiempo como recuerdo de la importancia y el esplendor que tuvo en otro tiempo.