¿Verdad o leyenda?
La biografía de algunos personajes históricos de la antigüedad posiblemente tiene más de leyenda que de realidad pero no por ello deja de tener interés. Creo que todos sabemos que Ciro II el Grande fue un importante rey persa fundador del imperio aqueménida, pero quizás no sean tan conocidas las vicisitudes por las que tuvo que pasar en su infancia. Leyendo “Los nueve libros de la Historia” de Herodoto, libro con el que reconozco que disfruto muchísimo, me enteré de esa parte de la vida de Ciro.
Digamos que todo empieza con Astiages, heredero de Ciaxares, que tuvo una hija, Mandana. Una noche Astiages soñó que su hija orinaba tanto que llenaba la ciudad e inundaba toda Asia. Asustado por sueño tan raro acudió a los magos para que le ayudaran a interpretarlo y lo que le dijeron le llenó de temor ya que el significado era que la prole de su hija reinaría en su lugar. Cuando su hija llegó a la edad de casarse tuvo buen cuidado de no prometerla a ninguno de los medos dignos de su posición temeroso de que se cumplieran los pronósticos que los magos le habían hecho de su sueño.
El marido elegido fue alguien que aunque de buena familia no era de posición elevada y además estaba lo suficientemente lejos, el persa Cambises. Pasado un año de esta boda, Astiages tuvo otro sueño: que del vientre de su hija salía una parra, y que la parra cubría toda el Asia. Volvió a consultar a los magos y el resultado fue el mismo, así que teniendo en cuenta que su hija estaba a punto de dar a luz, la hizo venir desde Persia para tenerla vigilada de cerca en el momento del parto pudiendo así matar al recién nacido y con él desaparecer el peligro y el miedo a perder su trono.
Una vez que el niño nació, Astiages llamó a uno de sus familiares más fieles, Hárpago, y le ordenó que se llevara al niño a su casa, que lo matara y después lo sepultara y le dejó bien claro que le tenía cuenta acatar sus órdenes y guardar el secreto pues el no hacerlo podría resultarle peligroso.
Cuando recogió al niño se fue llorando no sólo porque comprendía que esta muerte era injusta si no que, conociendo los entresijos de la política, caviló que siendo Astiages viejo y no teniendo hijos varones, la sucesora sería Mandana y ¿qué pasaría cuando esta se enterara de que él había matado a su hijo?. Pensando sólo en salvar el pellejo decidió que le encargaría el asesinato a otra persona y así lo hizo. Mandó recado a uno de los pastores de Astiages que apacentaba los rebaños en unas montañas lejanas y cuando llegó le entregó al niño diciéndole: “Astiages te manda tomar este niño y abandonarle en las montañas para que perezca lo más pronto posible y quiero que sepas que si en lugar de matarle le salvas la vida recibirás una muerte horrenda. No podrás engañarme porque soy el encargado de ver el cadáver del niño”.
El pastor retornó a su casa con el niño y le contó a la mujer toda la historia pues además de lo que le había encargado Hárpago, uno de los criados le contó de quien era hijo la pobre criatura. Él estaba muy asustado pero la mujer reaccionó con más tranquilidad ya que se dio la casualidad de que la mujer acababa de parir un hijo muerto, así que le aconsejó que expusiera en las montañas a su propio hijo y ellos se quedaran con el hijo de Mandana. Así fue como el hijo del pastor después de estar expuesto en el monte varios días, fue enterrado en una sepultura regia mientas el otro niño pasó a vivir con los pastores.
Pasados unos diez años, un día en que estaban jugando los niños de la aldea sucedió algo que descubrió toda la historia. Los niños decidieron elegir a uno de ellos como rey y el resto se fueron repartiendo los distintos puestos de la corte. A Ciro, que para entonces no se llamaba así, le tocó el papel de rey y quizás por venirle de familia, empezó a dar órdenes a diestro y siniestro para que todos hicieran lo que él quería. Sólo uno de los niños se negó a obedecerle y Ciro no lo pensó dos veces, mandó que lo ataran y le azotaran. Éste, nada más que se vio libre marchó llorando y a la carrera a contárselo a su padre que era uno de los hombres importantes entre los medos y éste viendo el estado en que se encontraba su hijo fue a quejarse al rey.
Astiages le escuchó y ordenó que trajeran a su presencia al pastor y a su hijo y cuando llegaron a su presencia le preguntó al niño porqué se había comportado de esa manera y el niño le respondió que a él le habían nombrado rey y que por eso todos los niños tenían que obedecerle y ese no lo había hecho y él como rey tenía que imponer su autoridad. Y plantándose con orgullo frente a él le dijo: si crees que merezco castigo por ello, aquí me tienes.
Muy impresionado el rey por este comportamiento tan poco usual en un pastor empezó a darse cuenta de que el niño le parecía que tenía rasgos conocidos y echando cuentas llegó a la conclusión de que la fecha de nacimiento de este niño coincidía con la orden de matar a su nieto, así que mandó a los niños que se retiraran y se quedó a solas con el pastor y aunque este al principio insistió en la veracidad de su historia al final y después de darle tormento acabó por confesar la verdad.
Llegó entonces la hora de la venganza. Mandó llamar a Hárpago y le interrogó y éste decidió contarle la verdad aunque un tanto adornada para salvar su propio pellejo. El rey escuchó en silencio y sólo al final le dijo: Me alegro que el niño no haya muerto, así que envíame a tu hijo para que haga compañía a mi nieto y tú ven a comer conmigo porque voy a hacer un sacrificio a los dioses para agradecerles la salvación del niño.
Hárpago marchó feliz a su casa y ordenó a su único hijo, que tendría unos trece años, que se dirigiera al palacio y él muy contento le contó a su esposa lo ocurrido y la gran suerte que había tenido de salir bien parado de la desobediencia de las órdenes del rey.
Una vez que el niño llegó al palacio, Astiages ordenó que lo degollaran y lo descuartizaran, que asaran unos pedazos y cocieran otros preparando un festín. Lo único que no utilizaron fue las manos, los pies y la cabeza que ordenó meterlos en una canasta. Una vez que hubieron terminado de comer Astiages le preguntó a Hárpago si le había gustado la comida y éste respondió que mucho, entonces los criados que ya habían recibido órdenes del rey le presentaron la canasta tapada con un mantel y le invitaron a descubrirla y tomar lo que quisiera.
Quizás la reacción de Hárpago no fue la esperada pues sin perder la calma le contestó al rey que la carne que había comido le había agradado mucho lo mismo que todo lo que el rey hacía y recogiendo la canasta se marchó a su casa y se supone que allí sepultó los restos de su hijo.
Volviendo a Ciro, su abuelo decidió contarle la verdad y lo envió a Persia para que se reencontrara con sus verdaderos padres en donde fue muy bien recibido. ¿Verdad o leyenda o una mezcla de ambas?. Posiblemente nunca lo sabremos.