Premonición
Esta mujer, nacida en Cádiz en 1742, era hija de Miguel Hore y María Ley, irlandeses establecidos en la zona y dedicados al comercio. Fue bautizada con los nombres de María, Gertrudis, Catalina, Margarita, Josefa y Sabad, pero, a pesar de tanto nombre, fue mas conocida por el apodo de “La Hija del Sol”, con el que firmaba sus escritos.
Para la época en que le tocó vivir, parece que tuvo una formación bastante amplia, que complementada con su gran afición a la lectura y facilidad para versificar la convirtió en una poetisa que escribía bajo el seudónimo ya citado. Físicamente estaba dotada de una gran belleza lo que quizás propició el sobrenombre de Hija del sol.
En agosto de 1762, Maria Hore se casó con Esteban Fleming, hombre de negocios de origen inglés, del Puerto de Santa María en donde fijarán su residencia. A poco de la boda Esteban tuvo que viajar a La Habana por asunto de negocios y para no dejar sola a su mujer, la llevó a casa de su madre que vivía en la isla de San Fernando, quizás los celos promovidos por la belleza de su esposa y por el apasionamiento que ella reflejaba en sus versos le llevaron a alejarla lo más posible del círculo de amistades, pero cuando las cosas tienen que suceder, suceden.
Allí conoció a un apuesto oficial de la marina Real, don Carlos de las Navas, que como suelen decir en todas las historias de amor “se enamoró perdidamente de ella” y por lo que se ve María aceptó sus galanteos permitiéndole incluso entrar en su casa, utilizando una pequeña puerta trasera que daba a un pantano llamado “La Albina” que separaba la ciudad del mar. El secreto de estas visitas estaba apoyado por Francisca, la criada negra de María, que era la que abría la puerta cuando sonaba la señal convenida.
Un día, el marino tuvo que desplazarse a Jerez para asistir al entierro del que había sido su capitán general por lo que María se extrañó al escuchar la llamada de costumbre en la puerta que daba al pantano, consultó con la mirada a Francisca y esta decidió abrirla viendo como entraba don Carlos embozado en una capa y seguido de otros dos hombres también embozados que sin decir palabra dieron unas cuantas puñaladas al enamorado desapareciendo a continuación tan en silencio como habían llegado.
Las dos mujeres asombradas y asustadas apenas si podían reaccionar, pero temerosas de lo que les pudiera pasar, cogieron el cadáver y lo arrojaron al pantano para a continuación limpiar toda la escena del crimen procurando que no quedara señal alguna de lo que había ocurrido.
La sorpresa fue mayúscula cuando al día siguiente María, que pálida y nerviosa estaba sentada en el mirador, vio aparecer en la calle a la brigada de Marina procedente de Jerez y al frente de cuya formación iba don Carlos que con su discreción habitual la saludó con una sonrisa.
Repuesta del susto, ella y Francisca se dedicaron con toda la prudencia posible a comprobar los movimientos de don Carlos para averiguar si en algún momento había salido de Jerez aquella noche, cosa que no había hecho. Luego indagaron por si hubiera aparecido algún cadáver en el pantano, pero el resultado también fue negativo. Todas estas pesquisas con resultado negativo alteraron a María hasta el punto que en pleno ataque de nervios confesó su pasión y su culpa decidiendo escribir una carta a su marido explicándole su infidelidad y pidiéndole licencia para entrar en un convento.
Como es de suponer, su marido se la concedió a toda prisa y Roma mandó una bula especial para que pudiera profesar en el convento franciscano de Santa María de Cádiz, donde ingresó en 1779 y vivió hasta su muerte el 9 de agosto de 1801, siendo enterrada en un patio de dicho convento.
Lo que le pasó, ¿fue un sueño o una premonición de lo que podía haber pasado si siguiera encontrándose con su amado?, no se sabe ni creo que llegue a saberse jamás, pero la historia está ahí y quedó reflejada en un cuento escrito por Cecilia Böhl de Faber titulado “la Hija del sol”, en el que asegura que la historia es cierta.
No por entrar en el convento dejó de componer, al parecer durante veinte años siguió escribiendo versos tristes que enviaba a veces al “Diario de Madrid” firmados con las letras: L.H.D.S., iniciales de su apodo La Hija del sol.
Su fama como poetisa quizás no fue grande aunque fue incluida en una Antología de Poetisas que publicó la Real Academia Española, la mayor fama por lo que se ve se la dio su hermosura y dicen que José María Pemán escribió sobre ella: “Yo estoy seguro que fue su gran belleza física la que le valió su apodo. Aunque se ha repetido desde los manuales de literatura hasta la Antología de Poetisas de la Real Academia que sus versos eran bellos, la que era bella, indudablemente, era ella”.
Sólo pude conseguir el final de una de sus obras, la titulada “Aviso a una joven que va a salir al mundo” y que dice así:
“Esta es Filena mía
la ignorante ambición de nuestro sexo;
a esta ruina impía
la incauta joven vuela
cuando al mundo se entrega con exceso.
Huye de aquel embeleso
con que al alma la abisma,
y cuando en él vieres
evita sus placeres:
sé custodia severa de ti misma,
que si te encuentra fuerte,
perderá la esperanza”.