La primera vez que me encontré con el nombre de Leodegundia fue leyendo un libro de historia sobre la monarquía asturiana. Nombraba a Leodegundia como hija del rey Ordoño I y apenas volvió a ser nombrada en toda la obra. Pero me gustó el nombre y lo tomé prestado cuando decidí abrir un blog.
Tiempo después, como la lectura de la historia era y sigue siendo una de mis aficiones favoritas, volví a encontrarme con la princesa Leodegundia y esta vez con un canto escrito en su honor con motivo de su boda.
Al parecer es el epitalamio con música mas antiguo de Europa. Este epitalamio contiene un acróstico; con las letras iniciales de cada estrofa se forma la frase “Leodegundia pulchra Ordonii filia” o lo que es lo mismo: “Leodegundia bella hija de Ordoño”
No se sabe con certeza el nombre del marido de Leodegundia, se sospecha que pudiera ser Fortún Garcés o Sancho Garcés, lo que si se puede dar por cierto es el matrimonio de esta hija de Ordoño I con un rey de Pamplona ya que el texto del poema no deja lugar a dudas, Leodegundia fue recibida en Pamplona como reina o como para reinar en breve.
Por el poema se pueden conocer algunos datos de esta princesa, como por ejemplo que era culta ya que en la estrofa III dice:
Ornata moribus eloquiis claram eruditam litteris sacrisque
misteriis conlaudetur cantus suaui imniferis uocibus
Aunque estemos hablando del siglo IX se sabe que en la corte de Ordoño I hubo una preocupación intelectual y posiblemente una academia palaciega. La existencia de estudios en las cortes de los reyes asturianos parece confirmada no sólo en tiempos de Alfonso III, hermano de Leodegundia, si no también de Bermudo I.
Se puede saber también que era mujer bella pues aunque en estos casos lo de alabar la belleza de una mujer era lo habitual aunque no lo fuera en exceso, en este caso utilizan no sólo la palabra “pulchra” (bella) en el acróstico si no que, en la estrofa XII emplean el superlativo “pulcherrima” (bellísima) lo que no sería correcto emplear para alabar a una novia que no lo fuera porque sonaría a sarcasmo
Pulcherrima nimis audi modulamen tibiale dulciter quod electo canimus
deprecantes deprecamur ut famulos audias.
La relación del reino de Asturias con el de Navarra no se limitó a esta boda, Alfonso III se casó con la princesa navarra Ximena.
Pero volvamos al epitalamio. No se sabe quien fue el autor pero se supone que fue un clérigo, quizás un monje de uno de los monasterios navarros que eran los centros de la cultura de entonces. La composición la integran ochenta y cinco versos distribuidos en estrofas y está escrito en latín. Al parecer sólo hay una traducción de este canto hecha por Armando Cotarelo que en opinión J. E. Casariego, de donde tomé la mayor parte de los datos, está “excesivamente hinchada de retórica”, por lo que él da una versión relativamente libre, según sus propias palabras, pero recogiendo lo que de valor histórico se contiene en el texto.
De todas formas yo trasladaré aquí la traducción de Cotarelo pues aunque nos parezca, como dice Casariego, con excesiva retórica, creo que no distaría mucho a como tuvo que sonar hace ya tantos siglos. Por supuesto el acróstico se pierde con la traducción.
Pero antes decir que a principios del siglo X se sabe de una Leodegundia, monja en el Convento de Bobadilla (Bobatella), que se ocupaba en copiar códices y que pudiera ser nuestra Leodegundia que viuda y sin hijos dejó el país navarro terminando sus días en este convento. En uno de esos códices hay una nota puesta por ella que dice:
“O uos omnes qui legiritis hum codicem mementote clientula et exigua leodegundia qui hunc scripsi in monasterium bobatelle regnante adefonso principe in era DCCCCL quisquis pro alium orauerit semetipsum domino commendat”
Versi Domna Leodegundia regina
I
Brote copioso raudal de dulces loas, tan dulces como los arpegios de la flauta, y batamos palmas celebrando jubilosos a la excelsa hija de Ordoño, Leodegundia.
II
Flor preciadísima de famosa estirpe regia, ornamento de la alcurnia de su padre, gloria encumbrada de la de su madre.
III
Con hímnicas canciones de alegre melodía alabemos sus virtudes esplendentes, su aclamada facundia, su peregrino saber en humanas letras y sagradas disciplinas.
IV
Siempre rutila en su rostro la belleza y en su gesto de señora la modestia y la gracia en todo cuanto toca son su mano ordenadora.
V
¡Feliz aquel que, a fuer de esposo, es dueño ya de la casta Leodegundia, de Dios bendita y de los hombres santamente amada!.
VI
¡Gozáos sus bienhadados familiares!. ¡Gozáos otra vez y otra!. Y entonad un cántico de blando ritmo a vuestra nobilísima matrona.
VII
Un canto que, escalando como una oración las celestes cumbres, alcance para ella el don de perdurable dicha, el premio de robustos y fecundos hijos y el consuelo de constantes amistades.
VIII
Tomen sus plectros los diestros citaristas y pueblen los aires con gratas armonías tetracordes en honor de Leodegundia.
IX
¡Pamploneses, load a Leodegundia; loadla unidos en concertado coro, al compás de las melosas tibias y las liras resonantes!.
X
Loadla sin cesar. Su corazón hidalgo os ama cual si fuerais de antiguo cosa suya.
XI
¡Deudos, amigos predilectos!. Vosotros los que sabéis como es la hija muy amada reviven la sabiduría y majestad paternas, congratuladla también y aclamadla.
XII
¡Oh, tú, hermosa soberana! Escucha la dulce melodía que al son de apacibles caramillos cantan tus servidores.
XIII
Cantan que seas dichosa, de Dios sierva buena, de huérfanos y pobres soberana próvida, de todos tus súbditos reverenciada y obedecida.
XIV
Y que el cielo, con su luz resplandeciente, te dirija y que huya de ti la sombra del pecado, siempre observante de la santa ley, siempre grata al Altísimo.
XV
Canción digna de ti.¡Ea! Repetidla todos. No haya uno solo que se retraiga en este magnífico concierto de sonoras voces. Se alegrarán los que te aman.
XVI
¡Y cómo resuena el eco de la deliciosa sinfonía en las estancias de la mansión real!
XVII
Es la hora del festín. Ya los coperos preparan en vaso afortunado el suave néctar que ha de escanciar la reina, y en conveniente pátera la dulcísimo ambrosía que regocijará su rostro bello.
XVIII
Ya los íntimos y optímates ocupan sus puestos al lado de los reyes, en torno de la mesa repleta de manjares exquisitos.
XIX
Ya comienza el banquete. La cruz de Cristo bendice las regias viandas, destinadas también por ley piadosa a los mendigos.
XX
La oración de los humildes a favor de los reyes generosos es recibida siempre en las alturas.
XXI
Acudan ahora los cantores a presencia de los dignos comensales y al Dios por quien vivimos consagren las primicias de sus más delicadas melopeas.
XXII
¡Lejos de aquí las escandalosas canciones bufonescas de bárbara alegría! Comamos y bebamos loando al Señor.
XXIII
Sea, pues, para el Rey de Reyes el primer acorde de liras y de címbalos y el primer himno del coro que en este cenáculo se escuche.
XXIV
Y alaben después al excelente príncipe que nos ha concedido el amor de la esclarecida Leodegundia.
XXV
Canten así: ¡Vive feliz y en amistad de Cristo; gobierna en paz el heredado reino; jamás triunfen de ti tus enemigos!
XXVI
Sé fiel seguidor de la blanda ley de Dios, la ley que a los mansos y humildes conduce al reino eternal.
XXVII
Asiste piadoso y confiado al templo del Señor y allí llora y purifícate.
XXVIII
Allí elevarán tu mente los sublimes cantos religiosos; allí te confortará la palabra de vida que el Redentor del mundo donó a los que le aman.
XXIX
¡Oh, doña Leodegundia! ¡Salud! Que Dios te guarde siempre, y que tras dilatados días en compañía de los santos reines también en Cristo. Amén.