Las cuentas claras
En tiempos de abundancia parece que muy pocos se preocupan por el dinero, pero cuando llega la crisis a todos nos entra un afán desmedido por saber cuanto dinero hay y en que se gasta, sobre todo si el dinero es público.
De ahí que de pronto en nuestro país y con la enorme crisis que hay que llevan al gobierno a hacer recortes y mas recortes a todos nos entró el deseo de conocer a donde van a parar nuestros impuestos y como se administran, o lo que es lo mismo, en que se gasta cada euro, entre otras cosas para poder decir que no estamos de acuerdo. Tanto se reclama este derecho a conocer que el gobierno creó lo que dan en llamar "Ley de transparencia" con la que se supone que por fin nos vamos a enterar del destino del dinero público hasta el último céntimo de euro.
No puedo negar que a mi me gustaría que esa ley funcionara y fuera realmente de transparencia y pudiéramos saber el destino de los dineros, pero no se si por la edad o por mi carácter soy bastante escéptica y pienso que poco lograremos averiguar porque las explicaciones que nos vayan a proporcionar puede que sean más o menos las que Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido como El Gran Capitán, le dio a Fernando el Católico cuando este le reclamó una explicación minuciosa de los gastos de sus campañas que le parecían muy elevados y Gonzalo que se lo tomó muy a mal le mandó unas cuentas que sólo respondían a ese mal humor que se le puso por considerar que a pesar de que luchaba duramente por su rey a este parecía que no le era suficiente.
Hay quien dice que esto no es más que una leyenda y que esas cuentas nunca existieron, pero también se puede pensar que algo así podría haber sucedido teniendo en cuenta que al parecer Fernando el Católico era bastante pesetero y que El Gran Capitán debía de estar de las luchas hasta el gorro y que no le pareció nada bien que encima de estar exponiendo su vida el rey le viniera con chorreces.
Mas o menos las cuentas que dio eran estas:
Cien millones de ducados en picos, palas y azadones para enterrar a los muertos del enemigo. Ciento cincuenta mil ducados en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por las almas de los soldados del rey caídos en combate. Cien mil ducados en guantes perfumados, para preservar a las tropas del hedor de los cadáveres del enemigo. Ciento sesenta mil ducados para reponer y arreglar las campanas destruidas de tanto repicar a victoria. Finalmente, por la paciencia al haber escuchado estas pequeñeces del rey, que pide cuentas a quien le ha regalado un reino, cien millones de ducados.