No era ni justo ni inteligente el destino que se les ofrecía a las princesas. Se las utilizaba como moneda de cambio para llevar a cabo un pacto de no agresión o para sellar un tratado de paz o sencillamente como intercambio entre casas reales para que sirvieran única y exclusivamente como procreadoras de herederos, a poder ser varones. Se las casaba con hombres a los que no conocían, en muchas ocasiones parientes más o menos cercanos y en muchos casos muy poco atractivos. Y no era inteligente porque se enviaba a estas jóvenes con una preparación muy escasa, desconocían el idioma del país al que iban a parar, sus conocimientos culturales dejaban mucho que desear y los entresijos de la política les eran desconocidos, y digo que esto no era inteligente pues en ocasiones y por distintos motivos llegaron a tener que gobernar y ¿cómo se puede hacer una labor medianamente buena con esas carencias?.
Este es el caso de Mariana de Austria. Nacida en Viena en 1634, era hija del Emperador Fernando III y de María de Austria, hermana de Felipe IV. Se concertó su matrimonio con su primo, el príncipe heredero de la corona española Baltasar Carlos, cinco años mayor que ella, pero los planes no salieron según lo previsto porque el prometido falleció. No se lo que sentiría la princesa, ¿pena, alivio, incertidumbre ante un futuro más incierto que el que le habían preparado para casarla con su primo?. No lo se, pero me temo que con los planes que le prepararon a continuación, debió de caérsele el mundo encima.
Felipe IV rey de España, que había enviudado de su esposa Isabel de Borbón a la que amaba muchísimo, decidió no volver a contraer matrimonio, cosa que en ese momento no planteaba ningún problema ya que la sucesión al trono estaba asegurada, pero esta tranquilidad se rompió al fallecer el heredero que como ya dije estaba prometido a Mariana. ¿Solución?, la mejor para todos, casar a la que era prometida del heredero con el padre del mismo ya que como todo estaba arreglado para la boda sólo habría una diferencia, el novio, así que a Mariana se le cambió a su primo por su tío y seguro que a ella nadie le pidió su opinión.
Veamos, si malo es que te obliguen a casarte con alguien a quien ni conoces ni quieres, peor es que para colmo te cambien a un novio joven por uno viejo. No se que pensaría la princesa, pero no creo que esto le hiciera mucha ilusión, no olvidemos además, que sólo tenía quince años.
Con esa edad llega a España donde se ratificó la boda que ya se había realizado por poderes en Viena hacía unos meses. Se encontró con un marido de cuarenta y tres años que lo único que esperaba de ella era un heredero a la mayor brevedad. Su carácter alegre a su llegada, hizo que fuera bien recibida por los españoles, pero esa alegría fue desapareciendo a lo largo de los años hasta convertirla en una persona caprichosa, terca y orgullosa que además se inclinaba más hacia la corte vienesa que hacia la española lo que hizo que se convirtiera en un personaje totalmente impopular.
Criticar es fácil, y eso es lo que se suele hacer, por eso deberíamos de intentar ponernos en su piel y quizás así, la sentencia no sería nunca tan dura y en ocasiones despiadada.
Lo primero que se encuentra en nuestro país al llegar, en octubre de 1649, es un marido que casi le triplicaba la edad y que lo único que quería de ella era descendencia.
En julio de 1651 da a luz a su primer hijo, primer fracaso, era una niña, la infanta Margarita. Posparto complicado que dañó su salud y problema de sucesión sin resolver.
Como tardaba en quedar embarazada de nuevo, comenzaron los rumores y con ellos la presión psicológica sobre la reina lo que la llevó a la tristeza y melancolía mientras su marido sólo sentía preocupación por la falta de heredero varón.
Por fin queda de nuevo embarazada dando a luz el 7 de diciembre de 1655. De nuevo fracaso pues nació otra niña que sólo vivió quince días.
Las Cortes se inquietan y piden al rey que nombre heredera a la infanta María Teresa, hija de su primera mujer Isabel de Borbón. Imaginaros lo que esto suponía para Mariana, un fracaso total en su “misión en la vida”: dar un heredero varón a la corona que era lo único que se esperaba de ella, no se le concedía ningún otro valor. Y no sólo eso, tendría que aguantar los cotilleos, el desprecio, las sonrisitas maliciosas de las personas que la rodeaban y que por distintas razones se alegraban de su fracaso. Quizás se llegó a encontrar demasiado agobiada, demasiado inexperta y sobre todo, demasiado sola.
Bajo toda esa presión, queda embarazada por tercera vez, el alumbramiento se produce en agosto de 1656, fue un parto prematuro del que nació otra niña que murió en el mismo día.
Los rumores vuelven a escucharse, esta vez con comentarios más desagradables: ella no servía, esto era el castigo divino por los pecados del rey (menos mal que a él le tocaba algo y no toda la culpa era para ella), el rey debería de nombrar heredero ya mismo…….. Presión, presión, presión.
De momento se frenan los rumores pues de nuevo queda embarazada, todo el mundo está pendiente de este embarazo, unos con expectación, otros maliciosos esperando que fracase de nuevo, la presión sube y los meses de gestación debieron de ser todo menos tranquilos. Llega la hora del parto que se produce el 20 de noviembre de 1657, al fin nace un varón, Felipe Próspero y al fin la reina puede sonreír y relajarse un poco.
La reina no dejó de tener hijos. A finales de 1658 tuvo otro hijo varón, Fernando, que murió a los seis meses. Quedó embarazada de nuevo y cuando estaba a punto de dar a luz, muere el heredero el 1 de noviembre de 1661 lo que representó un duro golpe que quedó un tanto suavizado por el nacimiento a los cinco días, el 6 de noviembre de 1661, de otro varón, un niño enfermizo y enclenque que saldría adelante con muchos cuidados, el futuro Carlos II.
Fijaros que a sus veintisiete años ya había tenido seis hijos de los cuales sólo vivían dos. Y por si esto fuera poco, el 17 de septiembre de 1655 se queda viuda y por deseo de su fallecido esposo, regente, ya que el heredero sólo tenía cuatro años.
Y aquí viene lo de que no es justo que a una princesa no se la preparara debidamente para poder asumir este papel, pues a su ignorancia en temas de gobierno hay que añadir su inexperiencia en el trato con políticos que lo menos que querían era tenerla a ella de regente y que por lo tanto le pusieron la zancadilla todo lo que pudieron. Así que no es raro que su carácter se agriara, que se viera sobrepasada por los acontecimientos, las presiones y el no saber quien la apoyaba en realidad.
Difícil tarea para una mujer, no por ser mujer, si no porque se la envió a enfrentarse a situaciones para las que no estaba preparada. Se las educaba poco y mal y se les exigía demasiado y eso no es justo.
Quizás alguno piense que las princesas podrían elegir su destino, pero no era así, o aceptabas las bodas que te proponían o la única salida posible era un convento y que nadie piense que un convento era un lugar agradable lleno de paz, esos lugares también tenían sus lados oscuros, pero eso es tema para otro día.
En principio se podría pensar que esta forma de educar, o mejor, no educar a las princesas, eran costumbres de aquellos tiempos, pero quizás también pudiera ser que se pensara que una reina con poca preparación sería mucho más manejable tanto por el rey como por los personajes de la corte, sobre todo si por azares de la vida quedaba como regente ya que entonces, otras personas que nunca hubieran podido gobernar un reino, a través de la reina podrían hacerlo con facilidad.
Sea como fuere, no era justo ni inteligente ya que una persona débil y manejable al frente de un país podría traerle a éste muchos conflictos internos que lo llevarían al desastre. Pero cuidadín, no caigamos ahora en el lado opuesto y queriendo reivindicar los derechos de las mujeres que durante tanto tiempo fueron infravaloradas nos vayamos a creer que las mujeres somos el no va más, recordemos que la valía de las personas depende del seso y no del sexo.