Amores desdichados
Jean Vignaud (1775-1826)
El amor, ese sentimiento tan codiciado por todos, no siempre da la felicidad. Unas veces por no ser correspondido, otras porque se confunde ese sentimiento con otro que no es amor y otras veces porque las personas que rodean a los enamorados se sienten autorizadas para decirles si ese amor es o no conveniente, llegando incluso no sólo a decirlo si no a conspirar para que ese amor no llegue a fructificar.
Desde que el género humano puebla la tierra los amores desdichados no faltan, no importa la época, la cultura, ni el lugar, siempre hay quien sufre por causa del amor. Quizás una de las historias más representativas nos llega desde la Edad Media y se trata de la ocurrida a Abelardo y Eloisa.
Abelardo era un joven estudioso de dialéctica que viajaba buscando maestros de los que poder aprender y sobre todo oponentes con los que pudiera practicar su dialéctica. Su gran inteligencia y facilidad de palabra hizo que su fama se extendiera, por lo que decidió que sus pasos deberían de dirigirse a París que era el centro filosófico más importante de la época.
Allí conoció a Fulberto, Canónigo de la catedral de París que le encomendó la educación de su sobrina Eloisa, mujer bella y culta y de la que no tardó en enamorarse y aquí empezó el problema pues en lugar de hacer las cosas bien siguiendo las normas establecidas, en su ardor amoroso tuvieron relaciones de las que ella quedó embarazada y ya se sabe, un embarazo no se puede esconder. Cuando Fulberto se enteró le pidió a Abelardo que reparara su falta casándose con ella pero aunque Abelardo estaba de acuerdo, fue Eloisa la que se negó en un principio por miedo a perjudicar la carrera de su amado, pero luego cede y se casan en secreto.
Pero Fulberto que no sentía ninguna simpatía por Abelardo, intentó mermar su fama al difundir lo que había pasado a pesar de que Eloisa lo negaba todo y en vista de que Fulberto no cedía, ella rompió con su familia e ingresó en un convento que era una de las salidas que había en la época para este tipo de problemas.
Entonces el enfado y resentimiento de Fulberto hacia Abelardo, al que consideraba culpable de todo lo que estaba pasando, no se quedó en criticarlo y murmurar a sus espaldas, decidió tomarse la justicia por su mano y gracias al soborno logró que un criado de Abelardo le abriera la puerta de su casa, subió a sus aposentos en compañía de sus servidores y le mutiló, cortándole lo que todo el mundo sabe que se corta en estos casos, para que no pudiera volver a repetir su hazaña.
Claro que la justicia les salió un poco cara pues dos de los agresores fueron capturados y corrieron la misma suerte de mutilación y además como “premio añadido” la pérdida de los ojos. Fulberto salió mejor parado pues sólo lo desterraron de París y le confiscaron sus bienes pero su cuerpo quedó intacto.
Este trágico hecho motivó que Abelardo, una vez curadas sus heridas, se convirtiera en fraile mientras que Eloisa profesaba como monja. La relación entre los dos quedó rota ya que nunca más volvieron a verse, siendo las cartas el único contacto entre ambos.
Cartas de las que pongo aquí un fragmento.
Carta de Eloisa a Abelardo:
“Mi bien amado, el azar acaba de hacer pasar entre mis manos la carta de consuelo que escribiste a un amigo. Reconocí enseguida, por la letra, que era tuya. Me lancé sobre ella y la devoré con todo el ardor de mi ternura: puesto que he perdido la presencia corporal de aquel que la había escrito, al menos las palabras reanimarían un poco su imagen, en mí.
Y los recuerdos han vuelto a mí: esta carta, en cada línea, me abruma de hiel y de amargura, trazando la historia lamentable de nuestra conversión y los tormentos a los que sin cesar has sido sometido, tú, mi único.
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Carta de Abelardo a Eloisa:
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“Si tú me amas verdaderamente, comprenderás mi preocupación. Aún más, si tú alimentas una esperanza sincera en la misericordia divina hacia mí, desearías más ardientemente aún verme liberado de las tristezas de esta vida, que son intolerables.
Tú no ignoras: aquel que me libre de esta existencia me salvará de peores tormentos. No sé que penas me aguardan después de la muerte, pero conozco muy bien a que escaparé muriendo. El fin de una vida desgraciada es siempre dulce. Quien comparte verdaderamente la angustia del otro y participa en su corazón de ella, desea que llegue a su fin.
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Y yo me pregunto, ¿no sería mejor que cada uno decida su vida sin interferencias de nadie?. Si tú sabes que un familiar tuyo o un amigo elige lo que tu consideras una pareja inapropiada, creo que es tu obligación decírselo explicándole el por qué, pero una vez dicho no se debe de insistir, hay que dejar a la persona que sea ella misma la que decida lo que tiene que hacer, si le sale bien, el mérito será suyo y si le sale mal pagará las consecuencias.
Lo de insistir en meterse en los amores de los demás me trae el recuerdo de un refrán africano que leí una vez y que creo que dice una gran verdad:
“Deja amar al que ama porque, si tú le dices que deje de amar a lo que ama, él seguirá amando a lo que ama y a ti te odiará”.
NOTA: Si alguien quiere leer las cartas completas puede hacerlo en el libro titulado “Cartas de Abelardo y Heloísa” de Carme Riera.