Juzgar precipitadamente
Hablando el otro día sobre esto de juzgar sin saber, se me vino a la memoria una conversación mantenida a la hora del café en la primera empresa en que trabajé. Había surgido este mismo tema y uno de los jefes nos dijo que él también obraba de esa manera hasta que le pasó un caso que le hizo cambiar de actitud, porque le dio mucho que pensar y lo que le sucedió fue lo siguiente:
Siempre que viajaba a Madrid se hospedaba en el mismo hotel en el que ya le trataban como de casa pues sus viajes a la capital eran frecuentes. Un día, por razones que no recuerdo, el viaje se retrasó y llegaron a medianoche, él y su esposa, cansados y hambrientos y se dirigieron a lo que ya llamaban familiarmente su hotel para encontrarse con la desagradable sorpresa de que no había habitaciones libres. El encargado de turno intentó amablemente buscarles otro alojamiento y realizó muchas llamadas, pero no encontró nada, todos los hoteles tenían el cartel de completos y la hora tardía tampoco ayudaba mucho, así que viendo la desesperación de los clientes, que ya se veían dormitando en un sillón de la recepción, el jefe del hotel les comunicó que en el último piso tenían alquiladas unas habitaciones a unas personas que vivían allí de forma permanente, no eran precisamente las mejores habitaciones pero a esas personas les salía rentable y que precisamente uno de esos inquilinos, un cura, estaba ausente, se había marchado a visitar a su familia, así que por aquella noche les dejarían utilizar esa habitación ya que al día siguiente sería más fácil encontrar donde acomodarles, eso si, tendrían que desalojar la habitación temprano para que pudieran arreglarla antes de que regresara el cura.
Mi jefe y su mujer, cansados como estaban aceptaron sin rechistar y allá subieron con la idea de poder echar una cabezadita y descansar un poco. Por la mañana, como esas habitaciones no tenía cuarto de baño, la esposa salió al pasillo con la intención de utilizar el cuarto de baño común antes de desalojar la habitación y fue entonces cuando el marido se quedó pensativo pues se dio cuenta del daño que podían hacerle al cura porque si alguno de los residentes habituales veía saliendo de aquella habitación a una rubia de muy buen ver - así describió a su señora - ataviada con una vaporosa bata, lo lógico es que pensaran que el cura se lo había pasado de miedo y lo más triste era que los vecinos del cura dirían la verdad, “la rubia de buen ver, salió de la habitación del cura”, pero sin embargo, éste era totalmente inocente.
Así que desde aquel momento, además de no volver a aceptar una solución como aquella, que en realidad fue hecha queriendo hacerles un favor como clientes habituales que eran, dijo que antes de juzgar a nadie, se lo pensaría mucho pues incluso “viendo” se podía hacer un juicio injusto.
Creo que todos podemos aprender de este caso y cuando vayamos a dictar nuestra “sapientísima sentencia”, pensemos primero si lo que “vimos” es suficiente, o lo que “oímos” no fue sólo una parte, con lo cual la información en la que nos vamos a basar no está completa y acabaremos metiendo la pata y lo que es peor, haciendo daño a alguien.