Cuando se piensa en los conquistadores españoles se suele tener la visión de unos hombres ataviados con coraza, espada y morriones emplumados, llenos de valor y orgullo, vencedores que plantan sus reales en tierras hasta entonces desconocidas y toman posesión de ellas en nombre del rey, convirtiéndose en unos héroes que además encuentran la fortuna en esas tierras. En muchos casos la imagen se podría decir que es bastante exacta, pero no todos los que se embarcaron hacia América en busca de fortuna y gloria lo consiguieron y este es el caso de Álvar Núñez Cabeza de Vaca.
Álvar nació en Jerez de la Frontera en 1490 en el seno de una ilustre familia y como muchos de los de su época, decidió embarcarse para participar en una expedición a América, él concretamente en la organizada con vistas a la conquista de Florida. Dicha expedición iba bajo el mando de Pánfilo de Narváez y estaba compuesta de cinco bajeles bien abastecidos que parten el 17 de junio de 1527 del puerto de Sanlúcar de Barrameda otorgándole a Álvar el puesto de tesorero y alguacil mayor.
El viaje hasta Santo Domingo fue bueno y sin ningún acontecimiento digno de mención, pero a partir de entonces las cosas empezaron a torcerse comenzando por la deserción de ciento cincuenta hombres que deciden quedarse en Santo Domingo siguiendo los consejos de los colonos allí establecidos. Enojado, Pánfilo de Narváez contrata nueva gente para seguir viaje hacia Cuba y en el trayecto se produce una conversación en la que Doña Ana, esposa de uno de los oficiales, revela a Álvar y a fray Juárez una predicción que le hizo una mora de Hornachos en la que aseguraba que esa expedición no traería mas que desgracias.
Las naves llegaron a Cuba pero era necesario reponer provisiones antes de continuar el viaje y un amigo de Pánfilo de Narváez le ofreció víveres que tenía en el puerto de Trinidad. Al principio se pensó en enviar allí toda la expedición, pero al final sólo fueron dos navíos en el segundo de las cuales iba Álvar como alguacil mayor. Y aquí empezaron las desgracias, se desató una gran tormenta que entre otras cosas mandó a pique a las dos naves, salvándose solamente dos de sus ocupantes y los hombres que habían desembarcado.
Quizás fue este el primer momento en que Álvar recordó las predicciones de la mora de Hornachos, aunque seguro que a lo largo de toda sus estancia en tierras americanas las recordaría muchas más veces, pero no estaba dispuesto a renunciar tan pronto, ni Narváez tampoco, así que tres meses después de este primer golpe de mala suerte la expedición volvió a estar en marcha, se adquirió un nuevo navío y toda la flota se dirigió a Xagua, uniéndose a la expedición un piloto, Diego Miruelo, que afirmaba conocer bien la navegación del golfo de Méjico. Además Narváez tenía apalabrado con Don Álvaro de la Cerda un bergantín, con cuarenta hombres y doce caballos que se les uniría en La Habana.
Parecía que las cosas estaban bien encaminadas, pero no, las desgracias no habían hecho más que empezar. De nuevo las tormentas se les ponen en contra, embarrancan en los bajíos de Canarreo y cuando logran salir, dos nuevas tormentas les vuelven a golpear, una en Guaniguanico y otra al doblar el cabo de Corrientes, y cuando están a punto de entrar en La Habana un fuerte golpe de viento les cambia el rumbo y los lleva a La Florida. La verdad es que era allí a dónde tenían pensado ir, pero nunca se imaginaron que sería el viento el que tomara la decisión de en que momento. Narváez desembarca y sin perder tiempo toma posesión de la tierra para la Corona de España, pero esta tierra que no debía de estar de acuerdo, no hizo más que poner impedimentos ayudada por la poca valía y preparación de los expedicionarios, veamos:
El que decía ser piloto experto demostró no tener ni idea y aunque buscó un puerto de abrigo que decía conocer, el puerto no apareció.
Narváez, haciendo honor a uno de los significados de su nombre (Pánfilo=bobalicón), adopta, en contra de los sensatos consejos de Álvar, la decisión de enviar una nave a explorar y en caso de encontrar puerto que se dirigiera a La Habana en donde esperaba el bergantín. Al resto de los barcos los envió a buscar un lugar menos peligroso donde poder echar el ancla, mientras él con unos cuantos se internaría en el territorio, pero sin pensar que las provisiones que llevaban era muy escasas y como no tenían idea de a dónde dirigirse, el camino fue elegido al azar y este camino los llevó a un poblado en dónde encontraron los cadáveres momificados que posiblemente pertenecieran a la expedición de Ponce de León.
Las provisiones se acaban y los expedicionarios terminan por comer raíces y todo aquello que les pareciera comestible, llegando incluso al canibalismo, lo que no les proporciona ni muchas fuerzas ni muchos ánimos y para rematar, se dan de frente con unos indios poco amigables que los recibieron con piedras y flechas, ganan el primer combate, pero terminan por ser hechos prisioneros.
Los conquistadores fueron conquistados y reducidos a la esclavitud, muchos murieron al intentar escapar porque no lo tenían fácil, no conocían el territorio y no disponían de provisiones, pero Álvar tomó la decisión más sensata en aquellas circunstancias, someterse a los indígenas y no dejarse llevar por la desesperación. Aprendió varias lenguas, realizó una especie de comercio cambiando productos entre la costa y el interior, recorrió grandes extensiones de aquel territorio que le llevó a conocerlo bastante bien, e incluso ejerció como médico o curandero teniendo mucha suerte en esto porque lo único que hacía era soplar y santiguar a los enfermos y rezar. Supongo que Dios se apiadó del empeño que tuvo este hombre por sobrevivir y no se le murieron los enfermos gracias a lo cual su fama creció en la región llegando incluso hasta Arizona y Nuevo México en dónde por fin y después de muchos años contactó con los españoles. Sus andanzas duraron nueve años que supongo le parecerían nueve mil pero que le permitieron ser uno de los grandes exploradores del continente americano.
Por azares del destino, se convirtió en gobernador del Río de la Plata, en lo que hoy es Paraguay, organizando nuevas expediciones en las que descubrió las maravillosas cataratas del Iguazú, pero esto de gobernar y explorar por lo que se ve no era lo suyo y debido a un motín fue depuesto. Regresó a España cansado y pobre, pero aún así no se rindió, decidió escribir sus vivencias en un libro titulado “Relación de los náufragos” y otro con el título de “Comentarios” sobre sus años de gobierno en el Paraguay.
Y es curioso, después de haber pasado por tantos peligros, naufragios, grandes tormentas, esclavitud, hambre y supongo que enfermedades, la causa de su muerte fue su avanzada edad, setenta años, que en aquella época no eran pocos.